Un evento reciente ha llamado la atención de la prensa, horrorizándonos
a varios: A raíz de una denuncia de desaparición de una mujer y el encuentro de
su cuerpo, se han descubierto, en la zona del trópico cochabambino, tres
asesinatos más. Presentados como “crímenes en serie”, han sido clasificados
como feminicidios, dirigiendo la atención de la población hacia la violencia de
género –que evidentemente existe- y redundando en las características de una
sociedad poco amigable con nuestro género. Sin embargo, existen indicios
del relacionamiento de estos hallazgos con el narcotráfico y ello se ha ido confirmando
con recientes declaraciones del supuesto asesino.
Más allá de las noticias sobre cantidades de drogas incautadas (sobre
todo en el microtráfico), del hallazgo y desmantelamiento de pozos de
maceración –ambos hechos ampliamente publicitados por los gobiernos de turno
como el motor central de su lucha contra del narcotráfico–, en Bolivia hay muy
pocos datos –y pocos estudios- sobre el tema, y menos aún, sobre sus diversos
impactos en el país sobre el tema del narcotráfico
No obstante, los que vivimos aquí, vemos que el narcotráfico forma parte
de las dinámicas socio-económicas, medioambientales y culturales de la
configuración social regional y nacional. Observamos que se están
constituyendo nuevas elites vinculadas a esta actividad y a otras también ilícitas
(como el contrabando). Tenemos claro que gran parte del sustento económico de
la región tiene que ver con estas economías. No ignoramos que hay zonas (no
sólo en ámbitos alejados sino cada vez más cercanos) en las que mejor no entrar
sin permiso de sus dirigentes. Intuimos que muchos de los cambios
físico-espaciales visibles en la región tienen algún tipo de relación con estas
actividades ilícitas. Los ejemplos sobran para los que los presenciamos –aunque
es cierto, falta respaldo empírico.
Sin embargo, solemos separar esta información de las interrelaciones –de
género o sociales- ciudadanas violentas que ocurren en nuestras cotidianidades.
Es más, algunos estudiosos de la problemática plantean que, en Bolivia, esta
economía ilícita no ha ocasionado procesos violentos de inseguridad como en
otros lugares de Latinoamérica (México, Colombia, entre otros).
Estamos de acuerdo: no hemos llegado a esos grados de violencia; pero ya
hace algún tiempo se vislumbran diferentes indicadores sobre hechos de
inseguridad que llaman la atención por estar relacionados con el tema. Ya sea
porque se dan en zonas donde las economías ilícitas juegan un papel fundamental
o porque incluyen personas involucradas en estas actividades. Solo por
mencionar algunos hechos: casos de linchamientos vinculados con el tema (hay
estudios sobre ellos); incremento de feminicidios, infanticidios y violencia
intrafamiliar ocurridos en zonas marcadas por estas dinámicas económicas
ilícitas; ni que decir de las denuncias constantes por parte de la prensa
acerca de la aparición de cuerpos descuartizados, cabezas mutiladas en
diferentes áreas de la región.
Insisto: Es cierto que todavía no estamos llegando a niveles de otros
países en cuanto a los impactos violentos de estas economías ilícitas en las
relaciones inter-ciudadanas, pero es evidente que están apareciendo. Entonces,
o seguimos ignorando y disfrazando los hechos señalados como otras formas de
delitos, o empezamos seriamente a estudiarlos, develarlos de manera a tener
pistas para poder contrarrestar la tendencia.
La autora es responsable del área de estudios del desarrollo del
Cesu-Umss.
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