En otros tiempos la consigna de las organizaciones de izquierda era
crear uno, dos y hasta tres Vietnam. En la mayoría los casos ese intento no
prosperó e incluso Vietnam transitó rápidamente del comunismo al capitalismo
hasta experimentar un boom de desarrollo en los primeros años de la década de
los 90.
Pero hoy la estrategia es otra. Al menos en el caso de Bolivia, lo que
se advierte es la intención de crear una, dos y hasta tres realidades que
suplan a la verdadera. Como la historia “real” incomoda o no es útil al interés
político, entonces hay que inventar una que se acomode a las necesidades del
momento y que sirva para convertir a personajes de la vida real en
protagonistas de una escabrosa ficción.
El “golpe de Estado” de noviembre de 2019 es una invención perversa
concebida precisamente para crear una realidad paralela y proyectarla en la
pantalla de la historia de manera que, por una suerte de pereza o inercia
colectiva, el conjunto de la sociedad la acepte como verdadera. Es una especie
de black mirror de la política, un escenario engañoso y
gelatinoso donde lo real queda como un lejano telón de fondo del mito creado
para suplantarlo.
A un hombre que huye de sus propios fantasmas luego de cometer un delito
–el fraude electoral– se lo transforma en un perseguido de la represión
política, en una víctima; transforman a un cobarde en un valiente. Se aprovecha
su condición de “indígena” para mostrarlo en zonas rurales, haciendo un alto en
la huida protegido apenas por una tienda de campaña improvisada con trapos. Es
el “héroe trágico”, el Sucre falso que desanda el camino de una supuesta
libertad, un triste Che Guevara de artificio.
La escena continúa en la escalerilla del avión de la fuga/exilio –verdad
versus ficción–. El destino: México, país símbolo de solidaridad en otras
épocas, cuando el exilio era una verdad dolorosa y una cuestión de vida o
muerte, no una miniserie de Telesur, producida por los guionistas del Grupo de
Puebla. Del resto, se encargó también cierta prensa que figura en los créditos.
El México de Andrés Manuel López Obrador, la Argentina de Alberto
Fernández, los coprotagonistas de la farsa/tragedia –otra vez verdad versus
ficción– a quienes les conviene ser parte de la trama del refugio, de la
protección al camarada en aparente desgracia, al indígena “libertario”, que tan
bien se presta para la redacción de los libretos populistas.
En otro de los planos de la trama, los actores de “reparto” sin cuya
presencia todo carecería de verosimilitud. Si hay golpe, no puede haber
sucesión. Por tanto, los guionistas deben re-crear ese proceso, darle un giro.
“Aquí nadie renunció por su voluntad señores, todos fueron presionados,
con una pistola militar en la cabeza”, hasta llegar a ella: con ustedes… “la
golpista” y sus secuaces, los temibles “pititas”. “No me vengan a hablar de una
insurrección popular en rechazo del fraude electoral. Lo que hubo es un golpe y
esa gente que salió a las calles no es más que el brazo civil de otra aventura
militar más en este pobre país castigado por un pasado de golpes contra
gobiernos populares”. El cuento completo, con todo y sus antecedentes
históricos veraces.
No importa que la invención de la realidad sacrifique a los actores
propios, que la mismísima elección de un nuevo presidente sea una consecuencia
más de una cadena de aparentes ilegalidades.
La deformación de la historia está primero que cualquier otro interés,
porque hay que cobrar venganza, porque sin mito no hay villanos, ni culpables,
porque los fiscales y jueces no pueden ser más que bufones que gesticulan desde
estrados de barro con sus martillos acusadores.
El guion no puede estirarse indefinidamente. El telón debe caer en algún
momento. La gente comienza a inquietarse en sus butacas y, tarde o temprano,
busca la salida, el exit a izquierda o derecha que la lleve de
regreso a la historia real.
Y entonces, la multitud indignada vuelve a reunirse, los protagonistas
de carne y hueso reaparecen. El villano que quiso ser el héroe de la ficción,
queda al descubierto y sin disfraz. Ya expuesto, vuelve a huir, esta vez de un
avión común donde la gente le recuerda porqué antes lo obligó a irse.
Luz, cámara…Golpe. La cinta envejece, la trama pierde veracidad, se
desmorona la escenografía, montón de escombros que no resisten el viento de la
verdad. No hay dos, ni tres Vietnam. Tampoco otra realidad.
El autor es periodista.
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