La polémica por el origen de la wiphala tiene larga data. El indicio más
remoto que tengo es el de mayo de 1945, cuando se reunió el I Congreso
Indigenal Boliviano.
El tema me interesó desde que vi una fotografía del cuadro La
entrada del arzobispo virrey Morcillo a Potosí, de Melchor Pérez de Holguín,
porque en él se puede ver banderas parecidas a las wiphalas flameando en la
torre del templo de San Martín. “¿Serán wiphalas?”, me pregunté durante años
porque todas las imágenes disponibles están en fotografías, pues el cuadro
mismo se encuentra en el Museo de América, en Madrid. Para confirmarlo, había
que viajar a España y, también durante años, eso fue un sueño inalcanzable.
El 28 de enero de este año estuve, por fin, frente al cuadro. Lo miré,
embelesado, durante tres horas, hasta que la responsable del Departamento de
América Virreinal, Ana Zabía de la Mata, me pidió que prosiga la visita por el
resto del museo. Y sí… son wiphalas. Ahora no tengo dudas porque lo comprobé
personalmente. El gran detalle es que el cuadro fue pintado en 1716; es decir,
229 años antes del I Congreso Indigenal Boliviano y el supuesto inicio de la
polémica.
Además de revisar el cuadro, en Madrid hablé con expertos en vexilología
(disciplina que estudia las banderas) y la mayoría ratificó mi conclusión: la
wiphala no tiene origen español. Con ese convencimiento, publiqué un reportaje
en el que hay mayores argumentos que los que me permite este espacio.
Y también en Madrid, pero ya en esta semana, tuve una experiencia
curiosa: una de las presentaciones ante estudiantes de posgrado de periodismo
abordó el espinoso tema de las redes sociales y de ahí resbalamos hacia la
crisis política que afronta nuestro país. Yo era el único boliviano del
auditorio, integrado mayoritariamente por periodistas recién titulados de
España, pero muchos parecían tener varias cosas qué decir al respecto. Lo que
más me impresionó es que una de mis colegas, una centroamericana que se
encontraba en la testera, y no en el auditorio, me espetó respecto a una
opinión que lancé sobre la crisis boliviana. Me enfrentó y casi me calla
exponiendo, con pasión, su análisis sobre esta crisis que tiene lugar en un
país que ella todavía no ha pisado. Yo, que cuido mis opiniones sobre la actual
conflictividad boliviana, porque llevo fuera del país casi tres meses, solo
atiné a preguntarle dónde había leído todo lo que me decía y su respuesta me
desconcertó más: “¡en las redes!”.
Entonces entendí que el esfuerzo por acercarse a la verdad mediante la
comprobación directa, como hice con el cuadro de Holguín, ha entrado en desuso.
Ahora es suficiente correr la pantalla de un celular con el dedo para creer que
uno se está informando sobre lo que pasa en el mundo. Y la verdad es que ocurre
todo lo contrario.
El autor es Premio Nacional en Historia del Periodismo.
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