Era un lunes. En distintos destinos del país, los mensajes por teléfonos
particulares y por redes sociales empezaron a multiplicarse. La convocatoria
consistía en salir a las calles para exigir explicaciones, por la aún
misteriosa interrupción del conteo de votos de las elecciones nacionales,
producidas un día antes. En las diversas manifestaciones, destacaba un grupo particular
de actores sociales: los jóvenes estudiantes, liderados, en su mayoría, por
mujeres.
Gracias a esa autoconvocatoria, del 21 de octubre de 2019, se inició una
histórica movilización ciudadana para defender la democracia en Bolivia. La
motivación fundamental era el hastío con un Gobierno autoritario, que pretendía
perpetuarse en el poder y burlar una elección más, como lo había hecho con el
referéndum de 2016.
El ímpetu juvenil logró contagiar a otros sectores a nivel nacional,
incluidos campesinos y colectivos indígenas. Durante 21 días, se sostuvo una
movilización ciudadana pacífica, que finalmente lograría su cometido: repetir
las elecciones nacionales, con candidatos constitucionales y un proceso
confiable.
Hoy, poco se comenta al respecto. Paulatinamente, se va nublando el
recuerdo de una generación que logró defender la democracia en Bolivia.
Para resistir esta tendencia y sostener la memoria colectiva, es preciso
analizar las razones del creciente olvido sobre la movilización de 2019 y los
jóvenes que motivaron esa importante acción colectiva.
Como explicó M. Foucault (1971, 1976), las estructuras de poder
promueven discursos, al tiempo que silencian otros, con el fin de motivar y
mantener determinados saberes en los sujetos sociales. Al mismo tiempo,
pretenden vigilar, controlar y castigar a quienes promuevan saberes distintos.
El castigo del gobierno de Evo Morales para con los jóvenes movilizados
en 2019 fue deslegitimarlos como actores políticos. Basta recordar el discurso
del 24 de octubre de ese año, cuando el expresidente condenó con una frase a
los movilizados: “Algunos jóvenes por platita, por notita, movilizados,
engañados”.
Desde entonces puso en duda la legitimidad y la capacidad crítica de la
movilización autoconvocada. Los jóvenes buscaron responder a esa denuncia
infundada, a través de canales alternativos. El video Ni por nota, ni
por plata…. yo vine por mi patria, realizado por un valiente grupo de
estudiantes, o los ingeniosos memes que denunciaban con sarcasmo los abusos del
poder político son algunos ejemplos.
Sin embargo, el aparato simbólico y mediático del Movimiento al
Socialismo (MAS) –partido de Morales– es una estructura difícil de combatir.
Sus cimientos datan de 2005 y el cemento que la aglutina se basa en la
representación de Evo como el supuesto “gran héroe” de los bolivianos y “el
salvador” de los pueblos indígenas. Este aparato se enrobusteció con la
cooptación mediática y se consolidó con las estrategias discursivas que
supieron posicionar determinados saberes en la ciudadanía.
Entre aquellos, destaca el supuesto golpe de Estado en Bolivia. Su
narrativa ha logrado consolidarse como una “gran verdad”, que cada vez está más
lejos de ser cuestionada. Por lo mismo, hoy es más común hablar de esa
narrativa, que recordar a los jóvenes activos que defendieron la democracia en
Bolivia.
Por otro lado, la denominación de “pititas”, también iniciada por Evo
Morales para subestimar a la movilización ciudadana de 2019, ha influido en la
desacreditación de la misma. Sin embargo, en este caso, los “pititas” no sólo
han sido afectados por la estrategia discursiva del Movimiento al Socialismo.
También se debe al equivocado uso del simbolo de una “pitita” en la imagen del
gobierno de transición de Jeanine Áñez.
Esto contribuyó a la asociación entre las acciones de ese gobierno y un
movimiento ciudadano, que se caracterizó por ser independiente, vanguardista y
también efímero. En este último punto, se sostiene la tercera razón que
explicaría el creciente olvido de la movilización ciudadana de 2019 y la
generación que la incentivó. Esta no logró articular un colectivo de acción y
creación permanentes para sostenerse en la arena política. Sin embargo, no es
tarde para hacerlo.
Para ello, será clave recordar a esa generación olvidada y a la movilización
ciudadana que motivó en 2019. Asimismo, promover una acción colectiva y
permanente para defender la democracia en Bolivia, pues ésta aún peligra con la
amenaza de voces autoritarias y sus poderosas estrategias discursivas.
La autora es investigadora y profesora en estudios sociales y de la
comunicación.
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