La lógica dice que, cuando hay una disputa de partes; si uno gana, el
otro, o los otros, han perdido, así que son perdedores.
Pero hace mucho que la política se ha comido a la lógica.
Ahora es posible, por obra y gracia de los contextos, coyunturas,
acuerdos, imposiciones y conciliábulos, que haya un ganador y los demás no sean
precisamente perdedores. Eso significa que el asunto también puede funcionar a
la inversa; es decir, puede haber perdedores, pero sin que haya un ganador.
En una elección nacional, por ejemplo, puede ganar uno, pero, debido a
la necesidad de acuerdos que garanticen la gobernabilidad, los perdedores
también llegan a manejar el poder. Pasó en Bolivia, cuando el tercero resultó
primero, y con los acuerdos postelectorales que permitieron los gobiernos “de
concertación”.
Y ahora, tras las elecciones subnacionales, oficialismo y oposición se
proclaman ganadores, cada uno desde su respectivo frente. El Gobierno se dice
ganador, por haber elegido a sus candidatos en la mayoría de las gobernaciones,
mientras que los demás partidos señalan que lo derrotaron en plazas
importantes, incluidas las muy importantes alcaldías de La Paz y de El Alto.
Sin embargo, vistas las cosas con mayor frialdad, resulta que en estos
comicios hay perdedores, pero no se vislumbra un claro ganador.
Perdió el MAS porque no solo fue derrotado en La Paz, y en la
emblemática ciudad de las alturas que hizo temblar a los últimos gobiernos,
sino también en Cochabamba, cerca de su bastión cocalero, y en Santa Cruz, que
es el departamento que concentra a la mayor cantidad de los capitales
financieros del país.
Perdió la oposición porque no pudo desbancar al oficialismo de la
mayoría de las gobernaciones y, en algunas alcaldías, sus triunfos pierden
valor frente a la fuerte presencia que el masismo tendrá, o mantendrá, en los
concejos municipales.
Pero, sobre todo, los resultados de las justas subnacionales han
confirmado la tendencia de las elecciones de los últimos tiempos: la notoria
división campo-ciudad.
En la mayoría de las capitales de departamento existe un innegable
rechazo al masismo y eso se refleja en las urnas. El recuento de votos
generalmente favorece a candidatos opositores, pero cuando comienzan a llegar
las maletas electorales de las provincias, el recuento se pinta de azul.
Bolivia, que se reclama pluricultural desde su nombre oficial, no ha
logrado superar sus diferencias que, por el contrario, se han ahondado a partir
de los discursos de confrontación que alientan nuestro inveterado racismo.
Y el hecho de que estemos divididos nos hace perdedores a todos.
El autor es Premio Nacional en Historia del Periodismo.
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