La demagogia siempre ha consistido en prometer lo imposible para
después, o en simultáneo, hacer otra cosa distinta. Desde tiempos aristotélicos
fue definida como la “degeneración de la democracia” y esto del populismo es
simplemente el nombre que la vieja demagogia recibió a partir del siglo XX.
En ese juego de engaño a las masas hay maestros consumados y aprendices,
los primeros de los cuales son los “los populistos” (así con “o”), que utilizan
todas las técnicas de manipulación de la opinión en su beneficio, pero, pequeño
gran detalle, sin creerse sus propias mentiras.
Entre los segundos están los que, con perdón de los pobres animalitos de
carga, podríamos denominar “popuburros”, que mezclan cierta eficacia bárbara en
materia política por imitación a sus primos “listos”, pero suelen darse
importantes tiros en el pie en materia económica, por tragarse sus propios embustes.
Entre los especímenes del “populisto” latinoamericano debemos remarcar
al cantinflesco Andrés Manuel López Obrador (AMLO), que combina la emisión
discursiva de las clásicas tonterías retóricas de la izquierda
antiestadounidense con una política de “relaciones carnales” (para usar la
expresión de Menem) con los mandatarios norteamericanos.
Esto le permite, por una parte, cohesionar una mitad del electorado
mexicano culturalmente imbuido por 70 años de estatismo priista, y también
proyectarse a nivel regional como líder del Grupo de Puebla, el bloque que vino
a remozarle la cara al muy desgastado y cleptocrático Foro de Sao Paulo.
Al mismo tiempo, a través de la política de duplicidad entre “las
palabras y los hechos”, AMLO continúa usufructuando los beneficios de
participar en la zona de libre comercio más grande del planeta, conformada por
México, Estados Unidos y Canadá. Esto, mientras finge para la tribuna la
intención de crear un nuevo organismo interamericano que excluya a sus
principales socios. Aristóteles se habría regodeado con este arquetipo del
demagogo.
Volvamos ahora a los “popuburros”. A los que se entregaron en cuerpo y
alma al cuento de las Sputnik V en vez de negociar vacunas con todos los
laboratorios desde un inicio, y sólo tardíamente tuvieron un gesto de
“populisteza” abriéndose al mecanismo Covax.
Como a golpes se aprende, ahora también dan “casa por cárcel” a un
prestigioso economista que en el Gobierno de transición acordó con el FMI el
uso de Derechos Especiales de Giro durante la primera ola de la pandemia, como
tantos otros países. El secreto es que, tarde y mal, empiezan a darse cuenta
que tal vez no tengan otra opción que volver a utilizar ese tipo de mecanismos,
aceptando la cooperación del Fondo.
Lo bueno de esto es que los “popuburros” sí pueden aprender. Lo malo es
que solo lo hagan después de ejercer el poder por cierto tiempo. ¿Aprenderán
también que en el tema tierras es mejor “dejar hacer, dejar pasar” a los
productores medianos y empresariales, en vez de aplicarse de manera maximalista
a un modelo comunitario que no ha funcionado en ninguna parte del mundo?
El autor es escritor y analista político.
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