Un territorio es un
espacio que es ocupado por comunidades que se hacen estables en el tiempo, que
presentan estructuras sociales, económicas, culturales, tecnológicas, etc., que
responden a determinados simbolismos que los agrupa por definidas identidades;
el territorio es donde los seres humanos nacemos, crecemos, nos formamos,
hacemos familia e inevitablemente morimos y es en el mismo territorio donde
seremos enterrados.
Por lo anotado, un
territorio debería ser entendido como un sistema, ameritando en algunos casos,
cambiar los enfoques de planificación actuales para incorporar un nuevo
paradigma que parta por considerar al desarrollo como una propiedad de un
sistema y en este caso territorial, que es complejo y que aglutina elementos,
partes y subsistemas. Un territorio es construido en base a imaginarios que
tienden a ser materializados en función de circunstancias históricas y
sociales, donde el territorio es parte de la memoria colectiva, cuya
construcción y consolidación se da a partir de procesos de territorialización,
en un proceso largo y de muchos años.
Una propuesta de
construcción territorial debe evaluar la vocación del territorio en cuanto a
recursos y potencialidades, donde el nivel de desarrollo que alcance será́
producto de las metas a lograr por parte de sus habitantes, que presentan
rasgos similares de modos de vida con una cultura local construida en el tiempo,
escribiendo una historia donde intervienen varios actores, desde
institucionales, religiosos, académicos, etc. Ese comportamiento sistematizado
en acciones claras y sistematizadas, puede ayudar a proyecciones locales,
nacionales, regionales o incluso globales.
Oscar Madoery,
cientista social español, indica que los campos históricos, sociales, políticos
y culturales son los que aportan en la construcción de una región y, desde un
punto de vista sociológico y sistémico, una comunidad debe ser entendida como
un entramado de subsistemas que conforman varias redes y cuyas relaciones se
darán a partir de comportamientos necesarios para la vida, como la economía,
pero también y más por relaciones a partir de imaginarios comunes, sean parte
de la religión, los rituales o la cultura.
Estos elementos de
juicio se tornan reflexivos y se constituyen en insumos desafiantes para
escenarios políticos que los consideren y que se pueda entender al territorio
como un constante proceso de construcción y de ninguna manera consolidado por
el carácter dinámico de los actores que lo habitan.
JAIME ALZÉRRECA PÉREZ
Docente e
investigador IIACH- UMSS.
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