El discurso del vicepresidente Choquehuanca, el día que asumió ese alto
cargo, fue muy bueno, muy conciliador y dio a muchas personas grandes
esperanzas de que el nuevo período masista sería un gobierno inclusivo, y por
ende más democrático que los de Morales.
Los eventos del pasado viernes han echado por la borda la ilusión que se
pudiera tener al respecto, y han dejado al señor Choquehuanca en una situación
totalmente incómoda, puesto que lo pintan ya sea como un mentiroso, o como
alguien que ha perdido todo poder en un Gobierno que llegó a serlo ante todo
gracias a él.
Estamos viviendo, por un lado, un burdo momento de revancha y venganza
de quien detenta el poder, sobre quienes lo perdieron. Si se cree que el
ministro Murillo era impresentable, lo que está haciendo el Gobierno actual, es
replicar las peores actitudes de ese personaje que tanto daño hizo a la imagen
del Gobierno transitorio.
El año 2020 fue uno de los peores años de nuestras vidas, precisamente
porque se tuvo que enfrentar a una crisis sanitaria nunca antes vista, con un
Gobierno transitorio, que precisamente por no haber salido de las urnas no
tenía una legitimidad absoluta, amén de que era un Gobierno frenado y
boicoteado desde los otros poderes del Estado que habían quedado en manos del
MAS.
No, no fue el mejor Gobierno, pero aclaremos que el hecho de que
tuviéramos un gobierno improvisado, tan débil, tan deficiente en muchos
sentidos, fue resultado exclusivo de los manejos autoritarios, del abuso de
poder que ejerció el gobernante anterior.
El desrespeto a la voluntad popular al ignorar el referéndum de 2016, y
la consiguiente violación a la Constitución, (que dicho sea de paso ya había
sido violada una vez antes), con respecto a la reelección, llevó a la
situación, y a la comprensible total falta de confianza en el Gobierno. El
fraude fue solo uno más de los elementos que deslegitimó al Gobierno de García
y Morales.
Si esos dos personajes no hubieran renunciado, o haciéndolo, no hubieran
obligado a la triste presidenta del Senado de entonces a renunciar, simplemente
no hubiera podido darse el Gobierno de Jeanine Áñez.
Detener a la expresidenta con una acusación de haber hecho un golpe de
Estado, es un abuso extraordinario, en primer lugar, porque no hubo tal golpe
de Estado, ergo no hubo el delito del que se la acusa, (y si hubiera la
posibilidad de que eso sucedió, entonces en primer lugar, la señora Áñez
debería defenderse en libertad, y del mismo modo todos los acusados).
Lo que se está haciendo no solamente es un acto de injusticia contra la
señora Áñez, sino que se está violentando la convivencia entre los bolivianos.
Alrededor de la mitad de los ciudadanos no quiere al MAS, por la más diversas
razones, algunas extemadamente razonadas, otras posiblemente impresentables. El
MAS ha triunfado en las justas electorales de octubre del año pasado, y quienes
creemos en la democracia hemos sido convencidos de que esas son las reglas del
juego, la mayoría (simple) quiere un gobierno masista, se siente identificada
con ese tipo de política, y esa manera de hacer las cosas, y no queda otra
opción que acostumbrarse a las nuevas circunstancias.
Si el MAS tuviera vocación democrática, podríamos vivir con eso, si el
discurso del vicepresidente Choquehuanca representara a la política del nuevo
(aunque ya destartalado) Gobierno, estaríamos construyendo una nueva Bolivia.
Pero hay demasiados síntomas que nos llevan a pensar que no es así. El MAS está
demostrando una enorme vocación de poder, al extremo de llegar al abuso del
mismo, y una muy pobre vocación democrática. Es curioso que, aduciendo la
condena a un golpe de Estado, estén actuando de la manera menos democrática
imaginable.
Lo del viernes es una muy mala noticia para Bolivia, es un muy negro
nubarrón sobre nuestras cabezas. No es solo un problema de la señora Áñez y de
quienes gobernaron con ella. Me temo que en un futuro muy próximo irán a por
doña Eva Copa.
El autor es operador de turismo.
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