“¿Por qué estás triste? Dime ¿por qué / Veo en tus ojos pena y dolor /
¿Qué negras nubes te hacen sufrir? /Siento llover en tu corazón”.
Así versa una dulce canción compuesta por Gerardo Arias y cantada por
variados artistas bolivianos. Uno de ellos fue Jaime Junaro que con Savia Nueva
entona una de las versiones más bellas.
La mañana del lunes esa canción sonó como sombría banda sonora al saber
del fallecimiento de Jaime Junaro, quien hacía bastante tiempo sufría problemas
de salud y por ello –como tantos otros– tuvo que recurrir a la solidaridad
colectiva para poder costearse sus tratamientos. No fue suficiente y finalmente
la Covid terminó de agravar fatalmente su situación.
Esa misma mañana, también nos enteramos de la muerte del actor Ubaldo
Nallar que se sumaba a una lista de artistas que padecieron y padecen Covid-19
en notable indefensión institucional, tal como lo estamos el resto de
bolivianos/as, al punto que ya no sabemos a quién socorrer ante la
proliferación sin medida de pedidos de ayuda, rifas, campañas, sin contar la
romería diaria de gente por conseguir oxígeno, medicamentos y unidades de
terapia intensiva.
A pesar de lo afortunada que soy porque me encuentro bien y con
oportunidad de resguardar a mis seres cercanos lo mejor posible, con la citada
canción llorándome el alma, tuve que admitirme a mí misma que anda rondando la
tristeza, esa tristeza contenida que percibe la muerte alrededor, esa angustia
que trae la impotencia de despedir a alguien casi cada semana o de ver sufrir
cotidianamente al prójimo, al amigo/a, al conocido/a, a ese señor “anónimo” que
tuvo que morir desamparado en plena calle, a la compañera que no resistió
esperando un espacio en clínicas atestadas y rebasadas, al artista con cáncer
aguardando ingresar al hospital en el gélido frío de La Paz, o a la infinidad
de ciudadanos/as que desesperados ruegan por un tubo de oxígeno.
Si un acontecimiento como la pandemia es un aterrador examen del
funcionamiento de los Estados; triste corroborar que Bolivia se aplaza con
creces.
Triste constatar que desde que comenzó la pandemia nos han gobernado dos
caras ideológicas supuestamente distintas y antagónicas. El año pasado nos
gobernaba la “derecha” partidaria tradicional y/o el militarismo falangista.
Hoy rige la “izquierda” partidaria (también militarista) del MAS. ¿Y se percibe
alguna diferencia en cuanto al acceso a la salud oportuna y adecuada? ¿Acaso
hoy –como el año pasado– no estamos desatendidos como comunidad para combatir
esta pandemia, mediante el tórrido y desigual sálvese quien pueda?
Triste aceptar que con tan poca población que nos gastamos, estamos
entre los últimos países en los índices de vacunación, pero que encabezamos las
estadísticas de deforestación y que nuestra contaminación es similar a la de un
país industrializado y altamente poblado.
Triste pensar que nos obnubilan las arengas ideológicas vacías, que
desde hace décadas retumban los “milagros económicos”, la “prosperidad”, la
“eficiencia”, la “revolución”, el “socialismo”, la “igualdad de oportunidades”,
la “recuperación de nuestros recursos naturales”, la “dignidad nacional”, etc.,
etc. ¿Y dónde estaba la realidad tangible de todo aquello cuando humildes
obreros y sus familiares sucumbieron en plena Caja Nacional de Salud por falta
de mísero oxígeno? ¿Dónde queda ello cuando son demasiados los que agonizan en
sus casas o en las calles sin soñar siquiera con alcanzar un elemental servicio
de salud, asunto que continúa siendo un lujo y hasta una cuestión de azar? ¿Qué
clase de “prosperidad” y “socialismo” son esos donde el acceso a la salud
continúa eternamente dejado a los sortilegios del privilegio y de la suerte?
“Pero no llores, me harás llorar”.
La autora es socióloga.
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