En la frontera entre Bolivia y Argentina está la tumba de
“Almita Desconocida”, llamada así porque se desconoce su identidad. Sólo se
sabe que las partes desmembradas del cuerpo pertenecen a una niña de entre 12 y
16 años.
La tumba de una niña cuyo cadáver fue descuartizado y cuya
identidad se desconoce se ha convertido en el sitio de peregrinación y rezo de
cientos de personas que piden milagros y protección, entre ellos
narcotraficantes y sicarios.
Pero los primeros que peregrinaron hasta su tumba a pedirle
protección y valor fueron seres invisibles: los soldados del gran poder del
territorio, las “mulas” (pasadores de droga) y los sicarios, quienes en su
mayoría viven en barrio África y Sector 5, los dos barrios –uno del lado
boliviano y el otro, del argentino– desde donde operan e infunden terror los
clanes narco. Y eso, se presume, es porque “Almita Desconocida”, con apenas 12
años, fue una de sus esclavas.
Sin embargo dicen que ilumina a sus devotos y llegan todos:
enfermos, ciegos, agradecidos, necesitados, desesperados, borrachos, hombres,
mujeres y niños.
En la frontera entre Bolivia y Argentina está la tumba de
“Almita desconocida”, llamada así porque se desconoce su identidad, sólo se
sabe que las partes desmembrada del cuerpo pertenecen a una niña, de entre 12 y
16 años, que fue enterrada en el año 2002 en Yacuiba, una ciudad calurosa del
sur de Bolivia, con unos 90,000 habitantes, que comparte frontera con
Argentina.
“La tumba de la Almita Desconocida es mucho más que una
tumba: es un pedazo de cemento con la forma de un ataúd, dentro de un tinglado
con el techo cubierto con láminas de calamina. Está pegada a uno de los muros
del cementerio Divina Paz de Yacuiba y hasta allí van quienes consideran que la
víctima de un asesinato a sangre fría es capaz de atraer la buena suerte y
brindar protección a sus familiares”.
La identidad de Almita es aún un misterio. De acuerdo a la
investigación realizada por la publicación, “algunos dicen que tenía 12 años;
otros, que 13, 14, 15 o 16. Se cree que era una “mula”, una “tragona” que había
atiborrado su estómago de cápsulas rellenas con cocaína. Algunos sostienen que
fue víctima de un ajuste de cuentas, que la cortaron por venganza con una
motosierra. Otros, que la interceptaron los sicarios de un grupo rival para
hacerse con la droga que llevaba en los intestinos. Y no faltan los que
aseguran que su cuerpo fue cercenado por un psicópata transfronterizo.”
Dicen los que vivieron el acontecimiento, entre ellos, Juan
Casazola, el empleado más antiguo del cementerio que “sus restos habían sido
mordidos por los perros y ya no había intestinos, eso sí, pero la cabeza estaba,
claro que estaba, aunque en mal estado”.
El pueblo, que a principios del 2002 parecía un pueblo
mexicano por la violencia del narcotráfico, se ha convertido en un lugar de
peregrinación para ver a la Almita Desconocida.
Durante la temporada seca, la cocaína suele pasar a
Argentina en avionetas. Y durante la de lluvia, el narco recurre al tráfico
hormiga: introduce la droga a través de caminos secundarios que nadie vigila,
echando mano de jóvenes que viven en los barrios próximos a la frontera.
Dicen los pobladores de Yacuiba, que además de los
narcotraficantes, muchas otras personas van a pedirle a Almita Desconocida,
entre ellos los estudiantes que dejan como ofrenda sus cuadernos.
Los milagros de la Almita
Desconocida
Entre los devotos de la Almita Desconocida están los
narcotraficantes de la región. ¿Por qué la tumba de una niña asesinada es un
santuario en Bolivia?
Primero encontraron las piernas
El último viernes de febrero de 2016, una mañana despejada,
Deisy, una de las seguidoras de la Almita Desconocida, dice en el cementerio
que primero aparecieron las extremidades inferiores dentro de una bolsa negra y
luego el resto del cuerpo “en otra igualita”.
El 9 de agosto de 2002, el día que la descubrieron en un
bajío lleno de matorrales, en inmediaciones de la terminal de autobuses de
Yacuiba, las calles se llenaron de vecinos asustados. Habían matado a una niña.
La habían carneado como si se tratara de una vaca y se habían encargado de que
la encontraran con facilidad. El crimen tenía la marca del narcotráfico: era un
mensaje, una advertencia, una amenaza. La víctima podía haber sido cualquiera:
el abogado, el farmacéutico, la oficinista, la vendedora de globos, la
salchipapera pero fue una niña, y una niña despedazada no se olvida. El
abogado, el farmaceútico, la vendedora de globos, la oficinista o la
salchipapera se habrían convertido en noticia caduca al día siguiente, pero fue
una niña, una niña cuya identidad nunca se supo a ciencia cierta y a la que
hoy, en Yacuiba, se le rinde culto: el culto a la Almita Desconocida.
“La Almita es milagrosa, mucho, pero a veces te da y a veces
te quita”, recitaba un borrachito llamado Jorge unos minutos antes de que Deisy
se acomodara en una de las bancas del cementerio. Jorge había salido de un
agujero poco profundo. Repitió dos o tres veces su apellido, pero no llegué a
entenderlo porque masticaba hoja de coca mientras hablaba, porque apenas movía
la mandíbula cada vez que trataba de armar una frase. Llevaba polera de un
equipo de futbol, un short con manchas de tierra y unos zapatos que parecían
fuera de contexto, que estaban demasiado limpios. Me dijo que trabajaba como
sepulturero. Insistió en llevarme ante la tumba de la Almita y, una vez allí,
tomó una de las botellitas con alcohol puro que algunos le ofrendan, echó el
alcohol en una botella con agua y se perdió en una de las hileras con nichos.
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