Algunos pensadores griegos de la antigüedad —entre ellos el creador de
la teoría de los átomos, Demócrito, y el padre de la medicina, Hipócrates—
supusieron acertadamente que el cerebro era la sede del pensamiento, la
inteligencia y la emoción. En cambio, y en claro contraste, para el célebre
estagirita Aristóteles el órgano central era el corazón. Y su concepción se
convirtió en sabiduría aceptada, dado el elevado prestigio universal que tenía
en su época ese gran filósofo.
Es paradójico que siendo Aristóteles la expresión del realismo, haya
sido a su vez el promotor del falaz concepto del corazón como fuente de sentimientos.
Bien sabemos hoy que el corazón es un órgano del tamaño aproximado de un puño,
compuesto de tejido muscular y bombea sangre a todo el cuerpo. La sangre se
transporta mediante vasos sanguíneos llamados arterias y venas.
El corazón es una válvula esencial para la vida, un órgano de extrema
importancia, pero ciertamente muy por encima está el cerebro, elemento central
que dirige el funcionamiento integral del ser humano y el de los animales más
primitivos que poseen ese órgano vital. Como se ha comprobado con creces, el
cerebro es el principal órgano que controla los movimientos de todo el cuerpo.
En los humanos, la ciencia también ha comprobado que el cerebro es responsable
del pensamiento, la memoria, las emociones, el habla y el lenguaje.
El punto de vista aristotélico del corazón alcanzó a imponerse hasta
bien avanzado el siglo XVI. A partir de entonces el dominio incontrastable del
cerebro como órgano número uno pasó a ser indiscutible a nivel científico. Pero
está visto que las cosas no son como son sino como la gente cree que son. A lo
largo de siglos el corazón ha sido expresión simbólica máxima del amor, de los
sentimientos y hasta de la intuición. Y sigue siéndolo.
“Escucha a tu corazón y no a tu fría mente” se dice inclusive en
nuestros días. Y bien sabemos hoy que el corazón es solo una máquina de
bombear, pero como símbolo sigue imponiéndose; ha logrado su victoria final
sobre el cerebro, órgano máximo pero que ha quedado relegado en la mente
popular, en la literatura, en la vida en general, como algo frío y abstracto
mientras el corazón aglutina amores y sentimientos múltiples. Sabemos que
científicamente esto último no es cierto, pero así lo creen los pueblos de
todas las latitudes y así se mantiene hasta hoy. En ese sentido, podemos decir
que el corazón ganó la batalla de los órganos. El cerebro hace todo pero
simulamos —o creemos saber— que el corazón manda en los sentimientos y en la
inspiración. Así están las cosas, pese a estos tiempos cibernéticos de
inteligencia artificial...
El autor es economista y politólogo, agustinsaavedraweise.com.
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