Javier Medrano
Hay
una degradación de la moral y la ética en nuestro comportamiento como sociedad
boliviana. Se ha perdido el valor de la palabra, como principio fundamental
para la convivencia y el progreso como sociedad. Ya no se respetan compromisos.
Plazos. Normas. El abuso y el matonaje, amparado por una ilegalidad trepidante,
ha sumido a los valores a niveles, francamente, miserables.
La ética es aquel conjunto de normas sin la cual el
relacionamiento social es imposible. Y lo es porque la confianza sustenta su
vigencia en el supuesto que en el futuro habrá un buen comportamiento del otro
que, obviamente, justifica la inversión, el ahorro, el esfuerzo, el mérito, el
progreso. Sin palabra no hay legitimidad, solo fuerza bruta.
Detrás de la debilidad de la palabra se presenta el
detenimiento. La parálisis y, por supuesto, el mal engendro que habita en
aquella amenaza, es la pérdida del valor de la palabra.
Cómo se degrada la palabra en nuestros días. La
primera es cuando de manera decidida se ampara o estimula el incumplimiento de
los contratos, a sabiendas que se le provocará un daño al otro de manera
deliberada; la segunda, es la amañada tergiversación del discurso para
manipular, amparado en posiciones de poder e influencia y que consiste en la
verborrea de cierta gente que dice una y otra vez lo mismo, sin importar
cuántas evidencias se acumulen de que esa postura es completamente falsa y
errónea. Favoreciendo, obviamente, la discordia, muy usada por el populismo.
La tercera, es el constante cambio del sistema
normativo que provocan distorsiones en la relación legal y jurídica por
dictados cambiantes y caprichosos que dinamitan el marco legal de referencia y,
por último, es la relativización de los términos incluidos en el correcto
funcionamiento de las propias institucionales que al vulnerar de manera
sistemática las reglas de juego, se ingresan en anomías o ausencias de poder
que dejan al ciudadano a una suerte de indefensión absoluta.
Las sociedades más precarias -como la boliviana por
la ausencia de justicia imparcial y oportuna y por contar con un sistema
judicial corrompido y con fuerzas policiales abusivas- se organizan sobre la
base del imperio de la fuerza, pura y dura.
Hoy en el país, los políticos piden con frecuencia
que se rompan contratos, en lugar de solicitar que se respeten los acuerdos. Se
vocifera la vulneración de los derechos de la contraparte sin ningún rubor o
sentido común de respeto a la palabra empeñada. Lo correcto es desconocer en
lugar de reconocer la valía de un acuerdo.
Hemos herido de muerte a la palabra. La hemos
cercenado y su cabeza pende de una pica en la plaza pública para que todos, a
su paso, recuerden que vivimos en la barbarie del más fuerte y vil que mejor
tuerce el valor de la mentira a su favor y reclama que el debilitamiento de las
instituciones es su fortaleza. No existe mejor prueba del progreso de una
civilización que la cooperación, pero sin el valor de la palabra, ya nada
importa.
Javier Medrano es Comunicador Social.
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