La presencia de grupos irregulares que defienden, promueven y
organizan el narcotráfico en Bolivia, ya es una lamentable y peligrosa realidad
para todos los bolivianos.
De hecho, el negocio de las drogas en el país, literalmente, se
“terciarizó” en campesinos y jóvenes que buscan dinero fácil, en pequeños
fabricantes (Mypes y Pymes), transportistas, pilotos, dirigentes sociales,
policía, presencia de delincuencia organizada de Brasil como el PCC (Primer
Comando de la Capital), el Comando Vermelho, políticos zonales, distritales,
departamentales, nacionales, vendedores al menudeo, donde todos los
involucrados tejen una gigantesca telaraña ilegal de camiones, barcazas,
avionetas, minibuses, transportistas rurales y periurbanos que llegan y
contaminan con su mercadería a todos las ciudades, países, a la frontera con
Paraguay, Chile, Brasil y, de ahí, a todo el mundo.
¿Cómo se explica esto? Los expertos aseguran que a diferencia de
los temibles cárteles mexicanos y colombianos de la época de Pablo Escobar y
del Chapo Guzmán, a comienzos del nuevo mileno, los monopolios empezaron a
erosionarse y, concretamente, a fragmentarse en pequeños grupos familiares y en
zonas delimitadas. Lo que no impide que en el corto plazo se vinculen en
cárteles en defensa de territorio, mercado e influencia.
La pugna entre los cocaleros de Los Yungas y del Chapare por el
edificio de Adepcoca, es una clara muestra de esta pugna de poder político y de
territorio entre dos facciones -cárteles- que producen, cultivan y venden hoja
de coca, que en su enorme mayoría está destinada al narcotráfico.
Un reportaje publicado por un matutino español sostiene una
realidad muy inquietante: en 2017, la producción de cocaína fue la más
alta de toda la historia de la humanidad: más de un millón de toneladas.
Ya por el 2018, la Unión Europea rompió todos los récords conocidos en
incautaciones: 110 mil toneladas de cocaína en un solo año y, de acuerdo con el
Observatorio Europeo de Drogas, 18 millones de europeos de entre 15 y 64 años
son adictos a la droga.
Pero, además, el mercado de consumo se amplía hacia el Sudeste
asiático y Australia demanda cocaína con mayor asiduidad al igual que las
ciudades capitales de Latinoamérica, con mayor foco en las clases empobrecidas
de las urbes en desarrollo. En México, de cada tres pesos mexicanos, dos
provienen del narcotráfico: una contaminación absoluta de la economía y la
política.
Entre 2005 y 2018, el cultivo de hojas de coca se duplicó en
Colombia - según el Monitoreo de territorios afectados por cultivos ilícitos
2018, de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) -, y
también se han incrementado en Perú y Bolivia.
Otro dato: la tecnología y los avances en la agroindustria
estarían favoreciendo enormemente a la industria del narcotráfico. La
modernización productiva, el logro de nuevas técnicas agrícolas más eficientes,
de fertilización y control de malezas y plagas, permite introducir variedades
con mayor productividad, más resistentes al clima y a los patógenos que mejoran
la cosecha del alcaloide.
Entonces, el panorama es siniestro. Si a esto sumamos la ya
rutinaria noticia de ajusticiamientos en Cochabamba y en otros pueblos del
Beni, incluso en El Alto, quiere decir que Bolivia ya ingresó de lleno a la
fase 2.0 de Colombia. Esto es gravísimo y es un desafío del Estado controlar,
fiscalizar y luchar de frente contra este flagelo: la pregunta es si será una
decisión políticamente correcta o los narco cocaleros seguirán siendo la lacra
dominante de este país.
JAVIER MEDRANO
Comunicador y experto en Gestión Estratégica
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