Se despiertan pasadas las 10 de la mañana, el resto del día transcurre
entre colas para comprar comida, frente a la pantalla del móvil o de alguna
consola de videojuegos. Tienen más de 17 años y menos de 25, pero este el paso
1 de febrero no pudieron reiniciar la enseñanza universitaria porque el repunte
de Covid-19 en La Habana lo ha impedido. Al librarse de los estudios
presenciales, también se salvan de las sesiones de adoctrinamiento ideológico.
Karla, Mateo y Jeancarlo estudian primero, tercer y quinto año de
especialidades técnicas y de humanidades en centros de altos estudios de la
capital cubana. Han pasado largos meses desde que dejaron de asistir a clases,
y eso se nota no solo en la calidad de la grafía y el despertador, que ya no
suena temprano, sino también en la desconexión con el mecanismo de
adoctrinamiento ideológico que hasta hace poco marcaba el paso de su vida
estudiantil.
“No veo nada de la cartelera de la televisión”, confiesa Jeancarlo. “Si
no tengo que ir a la escuela tampoco voy a torturarme con el noticiero”,
argumenta Karla, mientras que para Mateo queda claro que aunque hay nostalgia
por los compañeros de curso, “es un alivio no tener que escuchar cada día la
misma cantaleta política”. Todos han quedado al margen de ese adiestramiento
oficial que hasta hace poco era parte inseparable de sus vidas de estudiante.
Un régimen que ha necesitado para su mantenimiento el control ideológico
del individuo desde edades muy tempranas, no sabe muy bien cómo actuar cuando
la gente está distante, casi inaccesible
Con la protesta del 27 de noviembre del año pasado, frente al Ministerio
de Cultura, y su más reciente edición, a dos meses de aquella fecha inicial, se
ha evidenciado que el control político de las universidades es un elemento
vital para el oficialismo cubano. Se “echan de menos” los matutinos encendidos
de consignas, el uso de los estudiantes como tropa de choque en los mítines de
repudio, los actos públicos de supuesta reivindicación revolucionaria y las
campañas de satanización contra los críticos, desplegados en las aulas.
En lugar de todo eso, la pandemia ha obligado a centrar las campañas de
fusilamiento de la reputación contra los artistas, activistas y periodistas
independientes, en los medios digitales oficiales, la televisión nacional y las
cuentas progubernamentales en las redes sociales. El problema es que fuera de
los obligatorios mecanismos de pensamiento que se imponen en la universidad y
recluidos los alumnos en sus casas, estos no ven los canales oficiales de
televisión.
“Por nada del mundo gasto mi tiempo en eso. Si algo hay que sacarle de
bueno a la cuarentena es no tener que estar simulando tanto”, reconoce Karla.
Con sus amigas, se comunican por WhatsApp, hablan de moda, de parejas nuevas
que a pesar de la distancia se han formalizado en el grupo de amigos, de la
música que suena y del futuro. “Una profesora nos manda algunos contenidos por
Telegram para que no perdamos del todo la práctica de estudiar, pero a quién se
le ocurre leer un comunicado político por ahí”, bromea.
Un régimen que ha necesitado para su mantenimiento el control ideológico
del individuo desde edades muy tempranas, no sabe muy bien cómo actuar cuando
la gente está distante, casi inaccesible. Los pobres intentos de retomar ese
“entusiasmo revolucionario” fueron las llamadas tánganas realizadas en varios
parques de Cuba tras la protesta de los artistas en La Habana, pero el rechazo
popular por el riesgo epidemiológico que estas congregaciones generaban debió
de hacer desistir hasta al más ferviente defensor de la algarabía partidista,
porque no han vuelto a convocarse.
Frente a la pantalla de un videojuego, en el hilo de un servicio de
mensajería o sobre la sábana de una cama después de haber trasnochado mirando
series y películas, poco podrá aprenderse de historia, gramática o ciencia,
pero a esos lúdicos parajes tampoco llegan los excesos ideológicos.
Debido a la suspensión de clases, estos serán los jóvenes que tendrán en
los próximos años más dificultades para hacer operaciones matemáticas,
identificar un estilo artístico o precisar la fecha de una batalla medieval,
pero también se mostrarán más impermeables a la ideología. Llevan demasiado
tiempo fuera de ese constante aguacero del adoctrinamiento político y se han acostumbrado
a usar paraguas.
La autora es filóloga, periodista y directora del diario digital
14ymedio.com.
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