Ninguna relación de vecindad da para beatificar a nadie. Al punto que
bien se podría parafrasear el desencanto derivado de otro tipo de relaciones.
En materias de barrio, se diría: nadie es un personaje ejemplar para su vecino.
Leí pues el flamante libro de Walter Auad: Relaciones
Brasil-Bolivia. La construcción de vínculos. Merodear por sus páginas se
tornó en interés y este en entusiasmo. Y puesto que los del Río de la Plata han
recobrado aquí su influencia relativamente usual y profesoral, el texto de Auad
sirve también como perspectiva de las tensiones, solapadas o abiertas, de
nuestros dos fornidos vecinos en estas tierras. Aunque, en el caso porteño se
puede discutir si “fornido” es un adjetivo exacto aún y eso que Brasil ronda
sus propios abismos.
El libro ahonda en lo que por generaciones fue aquí sentido común: el papel
antiboliviano del canciller argentino Saavedra Lamas en la paz del Chaco,
intentando incluso que Bolivia pagase indemnizaciones. Hay fuentes nacionales
previas, pero toparse con los reportes de esa época a la mano hace palpar la
tribulación nacional y, hay que decirlo, respetar el papel que Brasil jugó
allí.
Luego, paradójicamente, Paraguay buscó compensar el poder gaucho
acercándose al Brasil, con obras como las de transporte y energía a partir del
dúo presidencial Kubistchek-Stroessner. En cambio, aún hoy es válida la
sentencia de Walter Auad, a propósito de la Bolivia después del Chaco que vio
el diplomático Alberto Ostria Gutiérrez. Dice Auad: “(se) puso en evidencia la
inexistencia de aliados de Bolivia, lo que era reflejo de años de negligencia sobre
la necesidad de establecer una política de alianzas favorable a sus
intereses…”.
Ese veredicto del autor añadió estrés a mi encierro pandémico, pues no
sé quién enumeraría con sinceridad los aliados estructurales con que hoy
contamos y no solo para compartir arengas bombásticas. Bolivia flota como
hojita al viento; otros alimentan sus añejas afinidades.
En otro ángulo, no es del todo verdad que la exportación de gas al
Brasil fue un compromiso solo de los gobiernos de los últimos 30 años del siglo
XX. Auad induce una mirada larga, desde los acuerdos de los años 30, pasando
por los apetitos argentinos y brasileños, y la ansiedad local por dejar de
“comer estaño” y multiplicar nuestras fuentes económicas.
El esfuerzo dio frutos, ya menguantes en la Bolivia del siglo XXI.
Primero hubo que disipar los reparos del nacionalismo brasilero, para el cual
depender de proveedores de hidrocarburos que no controlara su Estado era (casi)
una traición. Mientras, presidentes como Paz y Siles Zuazo no perdieron de
vista que, estancados, dilatábamos glamorosos debates para, a cada lado de la
frontera, probar quién era más patriota, desechando entretanto pingües
beneficios.
Saltando en el tiempo, impacta ese Banzer que retruca a los periodistas:
“quienes critican el gasoducto al Brasil no se oponen a este sino a mi
gobierno”. O ese embajador argentino, reaccionando prontísimo a la pregunta de
qué nos daría la Argentina si no le vendiéramos gas al Brasil: “lo que ustedes
pidan”.
Auad no devela la opinión de los brasileros por la presencia de Enron,
ya polémica en su tiempo, al lado del primer Sánchez de Lozada, en las
negociaciones con Brasil. En sus memorias, Antonio Araníbar alega –y no suena
disparatado– que trajeron a Enron para hablar de tú a tú con Petrobras (“un
gigante engreído”, según Araníbar). Ojalá Walter Auad escarbe la visión de
Brasilia para una segunda edición.
Siguiendo en lo picante, los curiosos hallarán los deslucidos esfuerzos
de Banzer ante el gobierno militar de Buenos Aires para el golpe de 1971,
dándole una suerte de “derecho preferente”, y detalles del apoyo brasilero que
recibió.
En términos geopolíticos, la foto del risueño Alberto Fernández junto a
Evo en el puente de La Quiaca, en noviembre de 2020, se lee así más que como la
mera ternurita de llevar de la manito al cofrade en su retorno, impensable un
año antes. No es pues gratuito el dicho, legado por nuestros abuelos, de que
“en todos lados se cuecen habas, pero en Bolivia solo se cuecen habas”.
El autor es abogado
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