Nos encaminamos, casi al galope, hacia las elecciones subnacionales con
el fin de retomar el ritmo democrático que permitirá dar institucionalidad a un
nuevo periodo de gestión para nueve gobernadores departamentales y 336 alcaldes
municipales. Saliendo de una duración inusual de esta última gestión de
autoridades departamentales y municipales, debido a las perturbaciones sociales
y políticas, pero sobre todo al impacto del pandemonio (“pandemia del demonio”)
por la Covid-19, nos parecería que regularizando dichas gestiones –en un
extremo deseo de “normalidad”– hallaríamos la indispensable panacea a todos
nuestros males.
Más allá de los llamativos entusiasmos que motivan a los candidatos y
sus acólitos a darse a conocer, moviéndose afanosa y nerviosamente por las
calles, embanderándolas y distribuyendo panfletos u obsequios, la población
transita en su cotidiano vivir dominado por las preocupaciones de siempre
(incrementadas por los efectos de la presencia serpenteante del coronavirus) y
la aparente ausencia de ganas de involucrarse en la contienda política, si no fuera
por la búsqueda de algún retorno inmediato.
Capturados y presa de los elementos que hacen la “sociedad líquida”
descrita por Zygmunt Bauman (de lo efímero constantemente cambiante y del miedo
“a quedarse atrás”), el frenesí generalizado queda en el sobrevivir,
resolviendo lo inmediato, a menudo –y para muchos– entrelazado con la búsqueda
del “pan de cada día”. El aburrimiento y el “no me importismo” para todo lo
externo a lo primordial, definido por lo personal (expandido, a lo sumo, al
entorno pequeño familiar), nos acompañan a vivir de malagana este nuevo proceso
democrático que, de todas maneras, sigue permitiéndonos pronunciarnos como
ciudadanos al momento de escoger y elegir a las personas que consideramos más
idóneas para que se preocupen debidamente de nuestro destino colectivo. Esas
sensaciones, probablemente, se dan porque las autoridades perdieron la
credibilidad de que podrán ayudarnos a generar condiciones para satisfacer
nuestras necesidades de cada día.
Del desgano, a las decisiones rápidas (que no nos quitan tiempo y
energías), el trecho para llegar finalmente a escoger el “mal menor” resulta
demasiado breve, tornándose finalmente consuetudinario. Tendencia que algunos
justifican para supuestamente evitar caer en desgracias peores y que da paso a
soportarlo casi todo. No es la ética de la renuncia voluntaria, es la
resignación inerte de quien está consciente de padecer, pero le encuentra una
salida olímpica para soslayar aquella nefasta idea que igual “nada cambia”.
Como si al final, uno o el otro, diera lo mismo y así se nos murieron las
esperanzas y el optimismo hasta caer en la justificación estética –algo
absurda– de aceptar que “roba pero hace”. Y ese candidato será el elegido (bien
para él… y, ¿para nosotros?).
Esa cómoda postura nos acompaña inexorablemente a perder de vista el
“bien mayor” que es vinculante a la posibilidad de una calidad de vida mejor
para todos, y cuyas condiciones las creamos y construimos desde abajo movidos
por esa fuerza ciudadana consciente y responsable de su devenir. No podemos
eludir la idea de que sabemos cómo nos gusta vivir, privilegiando aspectos que
hacen menos dura y más bella nuestra cotidianidad. De eso se trata, saber eso y
traducirlo en factores de vital importancia –y por lo tanto irrenunciables– que
debemos “reencontrar” en los planes de gestión de los candidatos a gobernadores
y alcaldes para elegir a los que realmente dan respuestas a nuestras
aspiraciones de bien colectivo a traducirse normalmente en necesidades de
sentido común.
Mucho más allá de que simpaticemos con un candidato u otro, el foco
central de nuestra atención debe mantenerse en leer y entender la propuesta y
plan de trabajo que lo guiarán en su gestión pública.
Hay que animarnos a recuperar la idea que la política es importante como
expresión genuina de la gente que escoge y elige a personas de servicio público
capaces de responder a las aspiraciones que se tienen en la base de la
sociedad. Para aprender a vivir mejor todos y no sólo algunos.
El autor es investigador del CESU-UMSS.
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