María Esther Mercado H.
Sin duda, la
violencia cotidiana en su expresión física y simbólica es parte constitutiva de
las relaciones sociales y de forma categórica en otros espacios, llamados por
ahora, redes sociales. Es suficiente hacer seguimiento a los comentarios
vertidos por mujeres ante cualquier noticia, que lloverán insultos, burlas
machistas, misóginas y humillantes; haciendo referencia a la sexualidad, al
cuerpo, al físico.
La agresividad y la
violencia son aristas de un mismo problema: la dueñidad del patriarcado, y
quienes incumplen el supuesto orden, serán víctimas de insospechadas
reacciones.
Se habla de
transgredir la violencia. Transgredir es quebrantar o violar un precepto, ley o
estatuto. ¿La violencia estará permitida bajo algunos parámetros? O tal vez
podríamos hablar de violencia legítima y pensar en que existe una línea
sumamente frágil entre aquello permitido y aquello que rebasa límites. Al
respecto, investigadores señalan que la violencia se presenta de diferentes
formas e intensidad en las formaciones y representaciones sociales y que la
aceptación es propia de cada cultura.
Trágicamente, estas
últimas semanas hemos sido testigos de hechos de violencia extrema como
feminicidios, infanticidios, golpizas, atracos, linchamientos y también
violencia visual, que algunos medios televisivos se encargaron de poner el
toque fatuo, del trágico final de una pareja de novios, y no faltaron los duros
y burdos comentarios de los facebookeros. Hasta parece que se regocijan con la
tragedia humana.
En todo caso, estas
evidencias nos hacen pensar que la violencia se permite en el núcleo familiar,
lo cual nos da pautas de lo que puede suceder en diferentes contextos sociales,
porque unos viven la violencia naturalmente y otros la condenan, pero estos
últimos no tienen reparo en transgredirla, incluso la moralizan y/o sacralizan,
tal cual el fascismo. Pero esto no es casual, porque en la actualidad, en
sociedades urbanas y rurales, la violencia, cuyo foco es la debilidad, es un
síntoma de lo que ocurre en el mundo, donde el concepto de dueñidad es opuesto
al concepto de desigualdad, marcando enfáticamente figuras que son dueñas de la
vida y también de la muerte.
En todo caso, la
violencia física está a la par del daño ilegítimo y es fácil de comprobar.
Asimismo, cuando se habla de violencia simbólica, no es directa, pero es
excesiva en algún sentido. Por eso, es importante hablar de la violencia “en
línea”, que afecta definitivamente la vida concreta de alguien “fuera de
línea”; en otras palabras, la vulnerabilidad frente a la violencia se traslada
muy rápido de un lado a otro. El problema es que al estar convenientemente en
línea, se agrede encubiertamente desde un perfil, que puede ser falso, además
sin reflexión, ni responsabilidad; de ahí surgen comentarios hirientes, que
obtienen naturalmente respuestas violentas llenas de odio y resentimiento. Es
así que la cadena de la violencia, genera odio y recicla violencia.
Al parecer, estamos
viviendo tiempos donde la violencia es parte del cotidiano y donde todos
participamos de alguna manera. En algún momento, las redes cumplieron el rol de
catarsis de la violencia, pero ahora, pareciera que esta violencia sentida en
aquellos espacios, hubiese traspasado la virtualidad.
MIRADAS ANTROPOLÓGICAS
MARÍA ESTHER MERCADO H.
Antropóloga y docente universitaria
maia_te@hotmail.com
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