El arresto del exministro de Gobierno Arturo Murillo es una enorme
vergüenza para él y los suyos, y para quienes, en mayor o menor grado,
apostaron o aprobaron el Gobierno de la señora Áñez. La historia no es nueva,
no es una sorpresa, de hecho, se dieron denuncias claras y concretas sobre este
caso mientras el susodicho fungía de algo más que de ministro de Gobierno.
Los masistas pueden festejar, porque este hecho le quita muchísima moral
a la oposición, pero no debemos dejar de sentir pena por el país, porque la
corrupción que salpicó de una manera brutal a la cúpula del Gobierno
transitorio, en realidad puede ayudar a la consolidación de un régimen ajeno a
un verdadero sentido democrático, y con tendencias enormes para abusar del
poder.
No por eso se debe minimizar el hecho. Este debe ser encarado en toda su
magnitud. Es terrible que el hombre más importante del Gobierno de transición
hubiera cometido un acto de corrupción, tan burdo, y de manera tan expedita.
Lo que cabe preguntarse es cómo fue que este individuo llegó a un cargo
tan sensible y tan importante, y cómo fue que acumuló tanto poder, al extremo
de convertirse en un intocable. No es solo por curiosidad y morbo que quisiera
saber cuáles fueron los meandros que llevaron a ese nombramiento en medio del
caos ocasionado por la renuncia del entonces presidente del Estado, luego de
que se puso en evidencia el fraude que su gente había montado.
Y toca también preguntarse por qué fue tolerado. Las respuestas están a
la mano y algunas dejan muy mal parados a quienes tuvieron el chance de
frenarlo oportunamente. Aún sin robar nada, Murillo fue una figura que no le
hacía ningún favor al Gobierno transitorio. Ahora esta situación lo destroza
aún más.
Interesante en este evento ha sido el rol de la justicia estadounidense.
Una justicia independiente, que ha actuado sin “mirar a quién”. No ha importado
que se tratara de un gobierno amable con Washington, y que con esto se esté
dando un espaldarazo a un gobierno totalmente ríspido con los valores
democráticos y económicos que “el imperio” tiene.
Si Murillo hubiera sido enfrentado con la justicia boliviana, quienes
simpatizaron con él (hay de esos también) habrían echado el grito al cielo
diciendo que todo era un invento del oficialismo. De hecho, la absolutamente no
confiable justicia ha estado cometiendo enormes abusos con las personas del
Gobierno anterior, empezando por la detención de la expresidenta Áñez.
No deja de ser penoso y profundamente colonial el que la certidumbre de
una justicia imparcial solo sea posible si un caso se ventila lejos de nuestras
fronteras, y mejor en el seno del país que tanto odia el más importante miembro
del partido que gobierna este país.
Aunque la justicia boliviana posiblemente nunca fue buena, no se puede
negar ni ocultar la absoluta responsabilidad del Movimiento al Socialismo en
que esta haya llegado a los peores niveles. Y esta es una tarea pendiente que
tiene el Gobierno del presidente Arce. Cabe preguntarse si existe el mínimo
interés en saldar esa deuda. Parece ser que no.
De cualquier manera, lo sucedido a Murillo son buenas noticias para esta
parte del mundo, en el sentido de que los altos funcionarios la pensarán dos
veces antes de aprovecharse de las arcas del Estado. La mano de la justicia,
aunque no sea de la boliviana, puede llegar a los más increíbles espacios y
estrangular al corrupto.
Mientras tanto, toca dar una inequívoca señal de que ese tipo de
acciones no deben ser relativizadas. Hoy toca hablar del corrupto hombre fuerte
del Gobierno transitorio, más adelante tocará revisar los otros temas de
corrupción que salpican a nuestro desdichado país.
El autor es operador de turismo.
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