Hace unas dos semanas se encontró el cadáver de una joven mujer, ella
había sido acuchillada y su cráneo destrozado a martillazos. El autor, que
confesó su delito por medio de una carta que dejó in situ, era nada
menos que su marido y el padre de su hijo, un niño de tan solo seis años de
edad.
La historia es terrible por donde se la vea, una joven vida truncada de
manera violenta, una muerte causada nada menos que por el marido de la víctima,
la persona que debería ser su compañero, su soporte. La pareja de uno debería
ser aquella persona en quien más se confía, y, en este caso, resultó siendo el
causante de su mayor desgracia: la muerte de ella, y la orfandad de su hijo.
El asesino, por su lado, dejó una carta que refleja una serie de
conceptos machistas, y si se quiere patriarcales, y luego no pudo escapar de sí
mismo: ha sido encontrado muerto en una habitación de un pequeño hotel del
trópico cochabambino.
Su caso es un claro ejemplo de lo que puede llamarse un feminicidio, en
la carta pretende explicar su acción a partir de prejuicios y visiones de vidas
antiguas, tradicionales, vuelvo a decir, eventualmente patriarcales.
La reacción de muchas líderes del feminismo ha sido, como no podía ser
de otra manera, la de un repudio total a este atroz crimen, algo con lo que
naturalmente concuerda seguramente casi la totalidad de la humanidad.
Uno se preguntaría, entonces, ¿para que dedicar una columna al respecto?
Pero el asunto que creo que merece ser subrayado en esta terrible historia es
que, a la hora de analizar lo que llevó a este individuo a cometer ese atroz
crimen, se ha subrayado el machismo y las actitudes tradicionales patriarcales,
la idea de que los hombres se creen dueños de sus parejas, y llegan al extremo
de matarlas. Y bueno, no solo este caso, sino cientos o miles de otros que se
han ido dando a lo largo de los años, podrían, a primera vista, confirmar esta
premisa.
Sin embargo, creo que hay un aspecto que es ignorado y que tiene una
importancia vital, me refiero a la salud mental de quien comete un asesinato
pasional.
Más allá del corte tremendamente machista de la nota que dejó el
asesino, lo cierto es que toca preguntarse e indagar sobre la realidad psíquica
de alguien que termina cometiendo un crimen tan brutal contra una persona a la
que estaba ligado sentimentalmente.
El ignorar ese detalle, me refiero a la condición mental del criminal,
tiene mucho que ver con evitar cualquier tipo de disculpa –o peor: coartada–
ante un hecho de esa naturaleza. Sin embargo, esto no ayuda a buscar una
solución al problema de los feminicidios y de su eventual incremento en los
últimos tiempos.
El machismo y la misoginia son taras que arrastra la humanidad desde el
principio de los tiempos (ojo, no son un resultado del capitalismo como lo
plantean algunas corrientes del feminismo), y deben ser combatidas en forma
constante y profunda. Una sociedad moderna y justa debe estar libre de ese tipo
de comportamientos y mentalidades. Pero dudo que todos los feminicidios tengan
que ver con una visión de mundo que hace que los hombres se sientan dueños de
las vidas de sus parejas.
De hecho, si los feminicidios fueran el resultado de esa cultura, de esa
“cosmovisión”, estos serían muchísimo más comunes de lo que son hoy en día, y
deberían ser menos frecuentes ahora que hace 30 años, porque –aun en la triste
Bolivia– hay cambios que hacen estos tiempos menos machistas que los del
pasado.
Posiblemente un trabajo más serio y profundo en el campo de la
psiquiatría podría tener una importante efectividad para combatir ese flagelo
que atinge a toda la sociedad.
El autor es operador de turismo.
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