Desde que empezó la peste china y antes, vivo en mi departamento rodeado
de mujeres. Teresita mi esposa, Ingrid mi hija menor, Elvia y Gladys las
señoras que ayudan en los quehaceres domésticos, y yo, somos quienes
conformamos mi hogar. Antes estuvieron, durante años, la amorosa Angelita y su
hermana Rosalía, que se vinieron con nosotros desde La Paz. Como ven, todas
mujeres. Y no es que me disguste vivir rodeado de mujeres, porque me tratan muy
bien, sino que, con la Covid ya no veo sino batas y sandalias.
Se acabaron las tertulias dominicales con los Tauras, los juntes
habituales con mis excolegas de la Cancillería, los almuerzos a que
cordialmente me invitaban los muchachos de El Bunker, y las salidas a comer
semanalmente con mis hermanos o con algún amigo a La Casona, El Arriero,
Michelángelo, Zanella, donde Inés, y otros de los buenos restaurantes que
tenemos en la ciudad de Santa Cruz.
Con el enclaustramiento, solo oigo voces femeninas, salvo el ladrido de
Simón. Simón es el otro machito de la casa; un falso schnauzer que adopté hace
nueve años y que, al mes de tenerlo, resultó ser un quiltro, peludo y crespo.
Can muy querido, pero sin muchas gracias, aunque sabe exactamente la hora en
que debe ir a la calle y el momento de comer, además de que no come cualquier
cosa. Todo un vago. Es un héroe sobreviviente de perros cobardes y patoteros
que en dos oportunidades lo han enviado moribundo al veterinario. Además, el
pobrecito nació con una deformación testicular y es célibe; así y todo,
impedido, no pierde la oportunidad de abordar sin remilgos a cuanta perrita se
le cruza por el camino, aunque con esfuerzo frustrado.
La peste ha provocado, que, en el último tiempo, no solo viva entre
mujeres, sino que mis lecturas sean escritas por mujeres. Empecé con la interesante Imperiofobia,
de la malagueña María Elvira Roca Barea (regalo de mi amigo Pedro Shimose);
luego seguí con Sí y El alma de las flores de
la argentina Viviana Rivero; pasando por Aquitania de la
española Eva García Sáenz, y El infinito en un junco, soberbio
ensayo de la aragonesa Irene Vallejo (obsequio de mi otro amigo Óscar Egüez).
Ahora tengo en lista la saga de cuatro volúmenes de la italiana Elena Ferrante,
que tiene arrobadas a Teresita y a Ingrid, enamoradas de esa literatura y de su
lenguaje.
No soy el gran lector que se supone. Ni siquiera soy fiel a las novelas
porque mis lecturas las reparto con la historia. Pero estas últimas obras que
he leído son excepcionales. Aquitania ganó el Premio Planeta
2020. Y El alma de las flores ocupó el tercer lugar del mismo
Planeta. Son libros que se deben leer, aunque no todos los textos premiados son
buenos. El ensayo de Roca Barea sobre la leyenda negra de los imperialismos, es
algo imperdible, estremecedor. Y El infinito en un junco, es un
libro maravilloso, sobre el origen de la escritura, donde la autora muestra su
amor y conocimiento por los papiros, tablillas y pergaminos. Recuerda episodios
históricos sobre Grecia y Roma que ya se estaban borrando de nuestra frágil
memoria. Irene Vallejo es una extraordinaria investigadora y escritora, sin la
menor duda.
Desde que Magela Baudoin, de quien soy fiel lector, se fue a EEUU, y con
quien conformábamos un trío que el talentoso y polifacético Óscar Barbery
Suárez llamó La cofradía de los escritores impenitentes, no he tenido quién me
sugiera nombres de nuevos autores nacionales. Nos reuníamos cada dos o tres
meses, para cenar, beber vino, y hablar de libros y sobre todo de la vida.
Entonces nos enterábamos de nuestros escritores propios y de los de afuera. Afortunadamente
no hago crítica literaria, porque si lo hiciera estaría obligado a leer todo lo
que se escribe y eso sería de nunca acabar.
El maldito virus ha impedido que mi último libro sea editado en La
Hoguera. Razones sobran y se comprenden. Lo envié al concurso de Alfaguara en
España, donde, entre casi 2.500 obras, seguramente que quedé fuera en la
primera cernida. Para variar, ese premio lo ganó otra mujer a la que vamos a
leer: la colombiana Pilar Quintana. Como mi última novela publicada data de hace
más de tres años y el tiempo pasa más rápido de lo que uno cree y la vida no
espera, la historia que tengo concluida la enviaré a un nuevo viajecito
turístico por España, para ver si le surte algo. Mientras tanto, las damas de
las letras me seguirán cautivando.
El autor es escritor.
No hay comentarios.: