Alfonso Lupo, director nacional de Aldeas Infantiles SOS Bolivia.
“Niño de cuatro años
muere estrangulado”, “Seis infanticidios y 800 vejámenes en el primer trimestre”. “Un padre estrangula a su bebita de 7 meses”,
“Niño de 6 años murió degollado por su tío”. “Adolescente de 14 años fue
víctima de una violación grupal”. Estos fueron algunos titulares de la
prensa nacional en los últimos cuatro meses del año.
Así, el domingo 25 de
abril, recordamos el Día internacional de la lucha contra el maltrato
infantil.
Es importante, sí, que
toda la población ingrese en un estado de alarma, de emergencia y de movilización por la niñez y adolescencia en situación de
desprotección, porque no es normal que suceda y no debemos naturalizarlo.
La experiencia de trabajo nos dice que, en la mayoría de los casos, la
violencia es consecuencia de la suma de muchos factores y termina explotando de
la peor manera. Sí, lo que sucede es más grave y profundo de lo que parece.
La problemática tiene
una escalada y tiende a agravarse. En los primeros cuatro meses del año, según la Policía Boliviana, en el país han existido 726 denuncias
de violencia contra niñas, niños y adolescentes. La mayoría de los casos
sucedieron en la familia. La misma instancia afirmó que, incluso, muchos
casos ni llegan a registrarse.
A la vez, ya han sumado siete
infanticidios y 36 feminicidios donde niñas y niños han sido víctimas
indirectas. Aquellas niñas, niños y mujeres tuvieron que apagarse y
convertirse en otra cifra de violencia ¿acaso nos estamos acostumbrando a
esta realidad?
Basados en lo que como
organización hemos vivido en 52 años de trabajo en el país, podemos afirmar que las niñas, niños y adolescentes que han llegado a
sufrir situaciones extremas de violencia, han estado conviviendo en
familias afectadas por diversos factores como la negligencia, la ausencia
de empleo, el fracaso en los proyectos de vida, los problemas educativos,
la desigualdad de género, las enfermedades no atendidas, el consumo de
sustancias controladas, el estrés; en la gran mayoría combinados y en
diferentes grados de afectación.
¡Alarmarnos, sí!
Alarmarnos para evitar la violencia también significa trabajar conjuntamente
en prevenir y atender a niñas y niños que provienen de familias con
múltiples problemáticas. Es urgente levantarlas porque son potencialmente
las que en un futuro podrían apagar la vida de las niñas y niños. No
podemos dejar que aquello suceda.
Hace unos meses, la
trabajadora social de uno de nuestros programas me decía, “cuando llegamos a las familias en alto riesgo, la mayor cantidad de veces
encontramos a las niñas y niños no solamente con hambre, sino con traumas,
miedo y desconfianza de los adultos”. Aquel testimonio es el día a día de
muchos profesionales que trabajan con nosotros y el motivo por el que
trabajamos intensamente en el fortalecimiento familiar y el cuidado alterativo,
desde un enfoque familiar y protector para la infancia en situación de
riesgo.
Que la violencia contra
niñas, niños y adolescentes nunca se naturalice y a quienes la vivieron se les restituyan sus derechos y la protección de una familia. Una
infancia plena requiere del compromiso, sí, del compromiso de todos los
sectores de la sociedad, de las familias, del gobierno, de los vecinos, de
las organizaciones, de la prensa, de usted, de mí, de todas y
todos. Debemos levantarlas y darles esperanza. Que la violencia no sea
parte de la vida de ninguna niña o niño.
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