“¿Por qué corre, señora? Ya no está en México”. Claudia
Karina Pérez, de 24 años, trata de recuperar el aliento antes de responder a
los agentes.
Agencias
Su marido, Walter José Martínez, le da agua. Ambos están
sudorosos y jadeantes después de una carrera innecesaria de unas decenas de
metros hasta encontrarse con la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos. Ella se
sujeta el vientre. Está embarazada de cuatro meses. Salieron de Honduras hace
un mes y el pasado jueves a las dos y media de la tarde llegaron a El Paso,
Texas. Antes de ellos, había llegado una veintena de personas, todas familias
con niños. En el rato que tardaron en tomarles sus datos y subirlos a un camión
de la policía fronteriza de Estados Unidos, llegaron otros tantos.
En estos días, el río Grande está seco en su tramo de El
Paso. El cruce ilegal a Estados Unidos consiste simplemente en situarse en el
bulevar Ingeniero Bernardo Norzagaray, en Ciudad Juárez, cruzar la calle y
echar a caminar. Se pasa el vado del río y al otro lado ya está uno en
territorio de Texas. Sin más. Esto sucede a todas horas en el mismo centro de
El Paso, una ciudad indistinguible de Juárez desde el aire. La media diaria en
este punto de la frontera es de 680 personas.
EL PAÍS estuvo con la Patrulla Fronteriza el jueves pasado
apenas una hora, entre las 13.30 y las 14.30, en ese punto urbano de la
frontera. En ese tiempo llegaron alrededor de 50 personas, todas familias con
niños, que se entregaron pacíficamente a la policía, algunos después de correr
confundidos porque no sabían que estaban ya en EE UU, como los Pérez. En un
momento dado, el agente Fidel Baca pregunta: “Ahora, dígame usted, ¿esto le
parece una crisis o no?”.
El Paso, en la triple frontera de Texas, Nuevo México y
Chihuahua, se ha convertido en la nueva zona cero de la inmigración irregular
en la frontera sur de Estados Unidos. Es la zona de la frontera donde se ha
disparado de una manera nunca vista la llegada de familias migrantes centroamericanas.
El fenómeno comenzó en 2014 años, con una llegada sorpresiva
de niños solos que desbordó al Gobierno de Barack Obama. Bajó a mínimos
históricos en 2017 y ha repuntado dramáticamente en el último año. En los
primeros seis meses de este año fiscal (desde octubre), han sido detenidas
360.000 personas en la frontera sur de EE UU, más del doble que en el mismo
periodo del año anterior.
El sector con más detenciones sigue siendo el este de Texas,
el valle del río Grande, con 136.000 detenciones en estos seis meses. Suponen
un 106% más que en los mismos meses del año anterior. En El Paso, la zona
desértica al oeste de Texas, ha habido 71.000 detenciones hasta marzo, pero
suponen un aumento del 547%.
“Esto es algo a lo que nunca nos habíamos enfrentado en la
historia de la Patrulla Fronteriza”, dice el agente Fidel Baca, nacido y criado
en El Paso y con 10 años como policía de fronteras. El Paso es el valle del Río
Grande hace cinco años. Es San Diego hace 20 años. Ya no quedan pasos
tranquilos en la frontera entre EE UU y México.
Las cifras totales están lejos de los máximos históricos.
Durante los años noventa era habitual superar el millón de detenciones al año.
En el 2000 se marcó un récord con 1,6 millones de detenciones. Eso se hizo con
unos 5.000 agentes. Ahora hay 18.000, menos de la mitad de esa cifra, y están
desbordados. Pero hay que mirar más de cerca. Lo que ha cambiado es el perfil
del migrante. Antes eran hombres solos, mexicanos, que cruzaban para trabajar.
Eran detenidos y devueltos inmediatamente a México.
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