En los alrededores de la cárcel de Altamira, donde se
registró la peor matanza en un presidio brasileño desde 1992, la
desorganización y la angustia se han apoderado de esta remota localidad amazónica
mientras el número de muertos aumenta en medio de una cruenta guerra de bandas
criminales.
Las autoridades informaron ayer que otros cuatro reclusos
involucrados en la matanza, que dejó 58 muertos, fueron asesinados por asfixia
la noche del martes, cuando eran transferidos en un furgón a otra prisión de la
región.
El vehículo trasladaba a un grupo de 30 reclusos a la
localidad de Marabá, a unos 500 kilómetros de distancia. Los agentes sólo se
dieron cuenta de los cuatro homicidios cuando abrieron las puertas del furgón.
Sin respuestas
El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, restó importancia a
este último suceso (“son problemas que pasan”) y dijo en un tuit que, a pesar
de que las escenas de la tragedia de Altamira son “horrorosas”, también lo son
los crímenes que cometieron los reclusos fallecidos “contra personas humildes e
indefensas”.
Los familiares de las 58 víctimas —16 de ellas decapitadas—
exigen respuestas y el fin de la sangría en las prisiones, que entraña una
guerra abierta por el control del tráfico de drogas entre las dos mayores
facciones criminales del país: el Primer Comando de la Capital (PCC) y Comando
Vermelho (CV).
Los allegados se agolpan a las puertas del Instituto Forense
de Altamira, están indignados. Denuncian la falta de organización a la hora de
identificar los cuerpos, según pudo constatar Efe.
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