El mes recién pasado fue sin duda el más nutrido de asuntos
desagradables. No será posible referirse hoy a todos, claro está. Pero la
tentación de mencionar algunos es grande. Para empezar, un bus rodó hasta el
lecho del río, con varios muertos y heridos; entre ellos un técnico de aviación
que escapó a la muerte por segunda vez. En el Chapare, unas mujeres
desaparecidas, aparecieron; pero enterradas. En la UPEA de El Alto se destapó
la olla de la corrupción. Y en la “justicia”, una traficante arropada de
indígena acusó de terrorismo a la exmandataria...
Después de la derrota en La Haya, era natural que los bocones guardaran
silencio. Pero pasada la perplejidad dijeron estupideces. Se criticó al
Tribunal diciendo que era unos “subalternos”, y el “otrito” de cabello largo,
dijo: “No vamos a acatar nada”. La frondosa delegación boliviana que asistió,
dobló el camino con la cabeza gacha y el silencio de la mordaza. Los chilenos
fueron más cautos; esperaron el desenlace con indiferencia. Al parecer, ya
tenían la respuesta para cualquier caso.
No nos alegra el fracaso, desde luego. Bolivia utilizó mal “el último
cartucho”, como dijo el expresidente Jaime Paz. Desde el primer momento era
previsible el resultado. Bolivia fue a La Haya a pedir diálogo y en dos
circunstancias desaprovechó la oportunidad más propicia para ello. Eso nos hace
pensar que con nuestras manos nos hemos puesto los candados en el Pacífico.
Antes eran dos, ahora con La Haya son tres.
Por contrapartida, diríase que sólo una cosa nos es útil, y es que de
hoy en más ningún demagogo utilizará el mar para sus fines políticos. Tampoco
ya a nadie se le ocurrirá enviar a la ONU la carta más larga; ni hacer un
soberano disparate como el “banderazo”. El tigre de al lado es más serio.
Entrena a sus tropas en la frontera con armas reales; vigila a sus vecinos de
día y de noche. Y por haberse apropiado de lo ajeno, no baja la guardia nunca.
En el “23 de marzo” de este año no hubo estridencias ni discursos
rimbombantes. De algo que nos hace falta o que nos duele, no era correcto que
se hiciera un regocijo patriotero. Debería guardarse silencio de un minuto en
todo el país, con la tricolor izada a media asta, en señal de que Bolivia
protesta por el despojo de que fue víctima. Eso habría sido más significativo y
más digno; hubiera promovido en el mundo la curiosidad de saber por qué está de
duelo Bolivia.
El silencio extrañado del caudillo es de otro tipo. Morales debe al país
un informe puntual y razonado sobre el fracaso en La Haya. De todo habla menos
del enorme daño que le hizo al país. Tampoco nadie tiene el coraje de iniciarle
un juicio de responsabilidades en la Asamblea. Hasta en las campañas
electorales se ha obviado el tema del mar. Y por la apatía con que se ve ahora,
podría suponerse que a nadie le interesa, o tal vez la mayoría espera que del
mismo mar provenga la solución algún día.
El autor es ciudadano de la República.
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