Pero… pero, ¿qué hace esta chusma ignorante votando? definiendo mi
futuro, las políticas de Estado… Es algo que se escucha en ciertas calles de
Bolivia y se lee, con otras palabras y llamativa insistencia, en varios
artículos de la intelectualidad nacional. “La democracia es el poder de
cualquiera”, desde un banquero a una campesina, recuerda el filósofo Jacques
Rancière, un demócrata radical, que señala que esa posibilidad es justamente lo
que escandaliza a la democracia de élites.
Que “la democracia es un escándalo” de Rancière hoy se actualiza
totalmente, también, cuando las mujeres utilizan espacios alternativos, como
las redes sociales, para denunciar con voz propia a sus violadores,
señalándolos, llamándolos con nombre y apellido, algo que el patriarcado, en
los medios de comunicación tradicionales, les ha impedido. La democracia es
también el uso de la voz, algo todavía negado a las mujeres.
La democracia nace en Atenas, el siglo VI a.C., como un sistema en el
que los hombres ciudadanos designaban mediante sorteo a sus autoridades y
cualquiera podría ser el elegido; sin embargo, las mujeres, los esclavos y los
extranjeros no, no formaban parte de esa ciudadanía. La democracia se ha ido
transformando. En su momento, la democracia la ejercían sólo quienes tenían
propiedades, más tarde, sólo quienes sabían leer y escribir. Las conquistas de
voto universal para mujeres, clase obrera y población racializada son del siglo
XX en gran parte del planeta. Hoy que el voto es casi generalizado, la lucha
está en ejercerlo y en tener la posibilidad de ser electa siendo mujer, elegido
siendo indígena o negra o trans. Todo eso escandaliza.
En Bolivia, tras 14 años de gobiernos democráticamente elegidos y que
respondían a sectores históricamente marginados, las élites tradicionales
lograron revertir la situación en 2019. Con la certeza de que en 2020 sus
candidaturas tendrían mayoría ¡Cómo no tenerla frente a la ‘dictadura’ de Evo
Morales!, se lanzaron a unas elecciones en las que nuevamente los movimientos
sociales recuperaron el gobierno en las urnas, con un 55%.
Ante esa realidad, es obvio que así no vale, que, para los
representantes de esta élite, la democracia no funciona tan bien. Entonces se
escucha y se lee en artículos que lo del “poder del pueblo” no puede ser, pues,
un “asalto oclocrático” de la chusma, de la ignorancia y de la falta de
inteligencia, de ducha y de clase… pero, si esa gente se deja llevar como
borregos, es una “masa sumisa de votantes” sin conciencia alguna de lo que hacen;
además, es plebe engañada por unas izquierdas latinoamericanas confabuladas que
funcionan “con métodos similares al Plan Cóndor”… (¡plop!).
Mientras estas voces antidemócratas despliegan todo tipo de argumentos
para desacreditar la democracia en la que no ganan sus candidaturas, y
posiblemente deseando y quien sabe planificando algo que permita acabar lo que
empezó en 2019, en otro espacio, en las redes sociales, se escuchan voces
valientes de mujeres que dicen y señalan: “El violador eres tú”. Son voces inesperadas
para quienes siempre han tenido el uso de la palabra, para esa masculinidad que
ha hecho callar y ocultar cualquier denuncia con el poder del sistema
mediático, judicial, patriarcal que les respalda. Al ser visibles los
agresores, este sistema ha tenido que actuar parcialmente, con alguna
detención, pero también se ha atacado con todo tipo de improperios a las
denunciantes.
Tal como se minimiza y animaliza la conciencia del voto y derecho a él
para una parte de la población, por su condición étnica y de clase, igualmente
se ignora, menosprecia, ridiculiza, se niega veracidad y derecho a la justicia
y resarcimiento a las mujeres cuando dicen su verdad y cuestionan, así, el
poder patriarcal.
No son asuntos distintos ni lejanos, es necesario que el voto y los
representantes de los sectores marginados sean respetados, que se incluya a las
mujeres, indígenas y gente pobre; y es necesario que, como parte del acceso al
poder por parte de las mujeres, las denuncias de violencia machista tengan el
peso que merecen. Sólo así habrá una mejor democracia.
La autora es periodista.
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