En la trama de los supuestos requerimientos del exministro Characayo en
sus paseos de relax nocturno y en sudadera por El Prado de La Paz, ciertos
dirigentes de los “interculturales” (nombre con el que los adictos a los
eufemismos rebautizaron a los colonizadores) rechazaron las alusiones
ministeriales por la detención del exministro de Desarrollo Rural y Tierras.
Según esas alusiones, en la denuncia contra el exministro se señala que 200.000
dólares de las presuntas coimas iban para el bolsillo de algunos dirigentes.
Hasta ahí, el emplume público de esos dirigentes de los interculturales
sería un mero alegato por su honor. Sin embargo, el ejecutivo Isidro Pacsi, de
San Julián Norte, amenazó con tomar el predio El Triunfo II “por ser ilegal”
(para raudamente dictar que “se decide la toma”), según refirió la prensa.
Esas amenazas dieron para preguntar en qué manos quedará la reforma de
la justicia. Quizá algunos líderes sociales definirán, por ejemplo, si andar de
noche con sudadera y recoger 20.000 dólares ajenos por ser autoridad será
intachablemente lícito, o decidirán cuál propiedad es ilegal, dependiendo de si
su “trámite de saneamiento” en El Prado fuera exitoso o abortara.
Por su lado, en lugar de la implacabilidad habitual, los custodios del
Estado guardaron un reverencial respeto por esos regidores de San Julián, como
quien honra la santidad, pese a las serias denuncias. Voces ministeriales
incluyeron paños fríos (“los interculturales son un pilar de este proceso”) y
sumisión al principio de inocencia de los dirigentes, cuando ese principio se
minimiza para otros que no tienen ese rango. Todo eso permite un análisis
realista. Por ejemplo, que el igualitarismo del MAS no incluye a esos barones
de la aristocracia partidaria, para quienes se reserva la pleitesía oficial.
Como réplica a tal pleitesía, conforme a un cartesiano orden jerárquico,
la Federación de Comunidades Interculturales de San Julián Norte dio primero un
ultimátum de 48 horas a los ministros de Justicia y Gobierno para que
esclarezcan las denuncias en su contra, pues “de lo contrario habrá bloqueos”,
según sentenció Isidro Pacsi. Ese plazo venció sin bloqueos, pero Pacsi
reapareció y respaldó al ministro sucesor de Characayo.
Aquel cruce de venias gubernamentales y desdén dirigencial planteó un
intríngulis mayor a si la ley no vale para los amigotes, fenómeno usual en
nuestra historia. Es que expuso una disputa básica de poder. Según unos capos
colonizadores, el Estado les debe obediencia. Y no son los únicos que ven así
la relación del Estado con esa dirigencia mandamás, a juzgar por la delicadeza
de los ministros. Además, el día de la posesión del nuevo ministro de
Desarrollo Rural, la Confederación de Mujeres de Comunidades Interculturales
exigió al presidente tres ministerios y la destitución de los ministros de
Justicia y Gobierno.
El dilema es entonces más jorobado que las disputas en el MAS o quién
tiene ahí la última palabra. Aquí se trata de la autonomía relativa del Estado.
Si este es un torneo de palabras, tonos y resultados, me tinca que los interculturales
mandan más que el Estado.
Como la jerga constitucional no pasa el test de los hechos, sería una
inocentada acudir a tal o cual artículo, o a tal o cual ley para sancionar un
delito. Mejor recurrir a una autoridad –también para el MAS– en el manejo del
poder crudo. Cuando a Putin le preguntaron su opinión sobre Lenin, respondió
que este fue un revolucionario, no un estadista. Según Putin, un estadista no
habría asimilado –como Lenin sí hizo– el Estado a un partido, de modo que
cuando este último entrara en crisis, el Estado también la sufriera. Eso
ocurrió en la URSS y acabó de estallar a inicios de los años 90.
Esa lección de Putin tal vez le sirva a quien en el Gobierno no sepa
casi todo (siempre puede haber uno), pues se relaciona con un conocido
principio político. Porque unos gallos colonizadores le notificaron al príncipe
que es su esclavo. Y los voceros del príncipe titubearon, antes de que el
príncipe empezara cediendo. Veamos cómo le va a cada uno en esos roles.
El autor es abogado.
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