Lucio Machicado León
La región del Gran Chaco, fecunda en recursos naturales y
rica en tradiciones, por su ubicación geográfica es estratégica para la
integración económica, social y cultural de los pueblos de Sudamérica. Colinda
con una frontera tripartita entre Paraguay, Argentina y Bolivia. En el pasado,
durante las primeras décadas del periodo republicano, era paso obligado de las
caravanas de mercantes que desafiaban el monte para llegar desde Salta hasta
Santa Cruz de la Sierra y viceversa; no obstante, gran parte de la historia
republicana permaneció relegada.
Antes, aparte de las incursiones evangelizadoras de los
curas franciscanos por las márgenes del río Pilcomayo o las aisladas
expediciones de los exploradores que fundaron puestos de avanzada en Yacuiba y
Tartaga, el Gran Chaco no dejó de ser un lugar recóndito para el resto del
país. Apareció como parte de la nación boliviana a partir de la guerra contra
el Paraguay, entre 1932 y 1935. Mariel Paz Ramírez, en sus Relatos de la
Frontera, señala que este territorio se mantuvo escondido y desligado de los
centros del poder nacional hasta que emergió como escenario de esa contienda
bélica; también durante siglos, tanto en el periodo colonial como hasta hace
décadas atrás, fue considerado como una línea divisoria entre el mundo andino y
las tierras bajas, estableciendo así que fue un espacio donde terminaba una
realidad y comenzaba otra.
Acorde a esto, no podemos dejar de mencionar que este
territorio, desde mucho antes de la independencia, fue la demarcación donde los
guaraníes y los tapietes, casi de forma autónoma, lograron mantener intactos
sus principios y valores que permitieron consolidar su unidad; como del mismo
modo, los weenhayeks continuaron viviendo según sus usos y costumbres, que
definen su forma de ser y su relación con la naturaleza. Tampoco es posible
ignorar que, desde los inicios de la República, los colonos criollos que
llegaron al Gran Chaco desde distintos puntos de Argentina y Bolivia, en busca
de tierras para la ganadería y la agricultura, dieron origen a toda una
amalgama de actividades costumbristas, una variedad de manifestaciones
artísticas y una serie de acontecimientos socioculturales que forman parte del
acervo cultural de ambas naciones; esto en medio de tensiones por la tierra y
el territorio con los pueblos originarios, cuyas comunidades o capitanías
también quedaron establecidas en ambos lados de la frontera.
Sin embargo, a medida que el Estado boliviano dirigió su
mirada hacia el Gran Chaco y fruto de la dinámica económica y los movimientos
poblacionales ocurridos en el país, se produjo el desarrollo de un proceso de
integración con la presencia de una diversidad de expresiones culturales. Así,
estas tierras, en la actualidad tienen el privilegio de albergar a una cantidad
de pueblos con principios, valores, tradiciones, costumbres y saberes propios, cuyos integrantes lograron en los
últimos tiempos ser visibilizados con sus prácticas socioculturales.
Por esta razón, si bien el Gran Chaco se caracteriza por la
vigencia de sus ritmos criollos, su música y danza nativa, sus costumbres y
tradiciones enraizadas profundamente en su pueblo, también acoge en su seno a
otras culturas que tienen su origen en el mundo aimara, quechua, chichas y
otros de la américa morena, con los que la cultura nativa comparte referentes
históricos comunes.
De ese modo, en esta latitud cada pueblo comparte, con
respeto, referentes propios en cuanto a cosmovisión, historia, valores, idioma,
lugar de procedencia, música, vestimenta, costumbres y tradiciones, como también
la religiosidad y hasta la comida. Por ello, este territorio es hoy un espacio
múltiple que reproduce identidades diversas y, lejos de debilitar, reafirma la
vigencia de la cultura chaqueña, dando lugar también a otras expresiones que no
son tan ajenas, porque todas confluyen en la construcción de un Estado
plurinacional y multicultural.
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