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mayo 02, 2023

Un jesuita español abusó de decenas de niños en Bolivia


Encubierto por la Iglesia, dejó escrito un insólito testimonio. El País, de España, reconstruyó su historia de la mano de víctimas y allegados.

El País, de España, publicó un artículo sobre un caso grave de pederastia que involucra a un jesuita español que durante varios años vivió en Bolivia. Se trata del padre Alfonso Pedrajas, contra quien hay varios testimonios de los ultrajes sexuales cometidos, algunos de los cuales fueron denunciados, pero quedaron en la impunidad.  A continuación el reportaje editado:

Durante el que sería su último viaje, a finales de agosto de 2009, el jesuita español Alfonso Pedrajas, de 62 años, obligó a su novio a que le prometiera algo: “Tú vas a hacer lo que sea y como sea para quedarte con mi computadora. No quiero que nadie la tenga”. La pareja del sacerdote hizo la promesa a bordo de un Toyota gris, mientras atravesaban las carreteras polvorientas que conducen al balneario de Urmiri, en el oeste de Bolivia, donde iban de vacaciones.

“Eso fue lo que me dijo”, recuerda por teléfono, 14 años después, quien fue pareja del religioso durante los últimos cuatro años de su vida. “No me imaginaba qué podía ser eso de ‘lo que sea’. ¿Significaría persuadir a alguien? ¿Robarla? Realmente no lo sé”, dice, sin revelar su nombre por miedo.

—¿Pero usted conocía, antes de ver lo que había en ese ordenador, que Alfonso agredió sexualmente a decenas de menores y que los jesuitas taparon las denuncias?

—Sí —dice consternado desde Bolivia —, me manifestaba su preocupación, su miedo. Sin embargo, también me expresó que la Iglesia como institución lo respaldaba.

Pocas semanas después, el 5 de septiembre, el sacerdote falleció de un cáncer en un hospital de Cochabamba (Bolivia). Cuando su novio llegó al funeral, un hermano que había venido desde España ya había recogido las cosas del jesuita: fotos, libros y una guitarra. A él le entregó el ordenador ACER de Alfonso, al entender que era un objeto muy personal.

Ya en casa, el novio del jesuita encendió el ordenador. Solo él sabía la contraseña. Una vez dentro, se entretuvo entre los archivos y encontró un documento que dos años antes Alfonso le insinuó que estaba escribiendo. Se llamaba Historia. Una especie de memorias de 383 páginas mecanografiadas a ordenador, compuestas por reflexiones, relatos de episodios de su vida, así como unas decenas de cartas. 

En total, 350 entradas encabezadas, en negrita, por el lugar y la fecha donde las escribió. Como si fuera un camino sinuoso, su lectura permite recorrer su vida desde 1960, cuando ingresa como novicio, hasta 2008, año en el que, ya cansado y enfermo, deja de escribir.

Por primera vez desde que EL PAÍS iniciara en 2018 la investigación sobre la pederastia en la iglesia católica española, este periódico accede a un documento que muestra la mirada de los abusos y su encubrimiento desde el otro lado, el del religioso agresor.

En las páginas del diario, el sacerdote admite que abusó de decenas de niños mientras fue profesor de varios colegios de América Latina, especialmente en uno de Cochabamba. Y relata también cómo la orden (al menos siete superiores provinciales y una decena de clérigos bolivianos y españoles) encubrió sus delitos y las denuncias de algunas víctimas. Cuenta que siente miedo de ser descubierto y chantajeado. Se avergüenza de sus delitos, aunque siempre se refiere a ellos como “pecados”, “meteduras de pata” o “enfermedad”. Confunde las relaciones homosexuales consentidas con las agresiones a menores. Abusos que nunca describe en detalle, pero que hoy sus víctimas, cinco de ellas contactadas por EL PAÍS, recuerdan con pavor.

El novio del sacerdote vio negro sobre blanco confesiones como esta: “El mayor fracaso personal: sin duda, la pederastia”.

Sin pensar en las consecuencias, envió al hermano, por Courier Express, un DVD en el que grabó decenas de fotografías y las memorias. “Nunca pensé que acabaría en la prensa”, reconoce ahora a este periódico. Alguien de la familia imprimió el documento en España, lo guardó en un archivador verde de anillas y lo metió en una caja de cartón. Allí descansó, en una buhardilla madrileña.

Hasta diciembre de 2021. Cuando Fernando Pedrajas, un sobrino del jesuita, subió a limpiar ese trastero y se topó con el legajo secreto cubierto por un fino velo de polvo. Fernando lo ojeó fugazmente y se lo llevó a casa para leerlo. “Las primeras páginas eran bonitas. Algunas eran cartas a mi abuela donde le contaba con ilusión que quería ser un buen sacerdote. Conforme fui leyendo, me di cuenta de la realidad: mi tío fue un pederasta”, recuerda Fernando. Leyó con pavor el número de niños de los que su tío calculaba haber abusado:

“Hice daño a mucha gente (¿a 85?), a demasiados”

Fernando era consciente de que lo que tenía entre manos era mucho más que un caso de pederastia en la Iglesia. Decidió denunciarlo todo a la Compañía de Jesús en Bolivia. “Lo primero son las víctimas, que encuentren algún tipo de justicia”, argumenta.

Mantuvo, en el verano de 2022, una breve correspondencia por correo electrónico con el actual director del colegio de Cochabamba donde su tío cometió la mayoría de los abusos, pero este rehuyó cualquier tipo de responsabilidad. Presentó el diario ante la Fiscalía española, que ha desestimado el caso por estar prescrito. 

Finalmente, lo denunció al exprovincial jesuita Osvaldo Chirveches, encargado de investigar los abusos en la orden. Desde octubre, Fernando no ha recibido una respuesta sobre el estado de la investigación canónica. La única comunicación insistente de Chirveches ha sido: “Envíanos el diario”.

Chirveches asegura que la orden solo ha recibido una denuncia y que ha abierto una investigación canónica previa al respecto. No informa sobre si la orden ya tenía constancia de estos abusos. Tampoco ha interrogado a los provinciales que aparecen acusados de encubrimiento en las memorias. “Nosotros, al no tener el diario, no podemos ampliar de oficio esta investigación”, defiende.

Ante la posibilidad de que la orden silenciase el caso, el sobrino decidió escribir a EL PAÍS y entregarle el diario. Este periódico lo ha estudiado, ha encontrado fotografías de la época y otros documentos que contextualizan las descripciones del jesuita. Ha contactado con algunos de los religiosos que supuestamente encubrieron sus crímenes y también ha hablado con cinco de sus víctimas —varias aparecen citadas en el diario—, que relatan lo que el jesuita no se atrevió a escribir: cómo abusaba de ellas y las secuelas que les causó. Este relato contiene fragmentos literales extraídos del diario que no siguen un orden estrictamente cronológico.

Parte 1. “No soy tan culpable”

Alfonso Pedrajas Moreno nació el 10 de junio de 1943 en Valencia, en el seno de una familia extremadamente religiosa. Con 17 años, entusiasmado, viajó hasta Raimat (Lleida) para ingresar en la Compañía de Jesús como novicio. Solo unos meses después, convencido de que su destino obedecía a un designio de Dios, escribe a sus padres para anunciarles la noticia que cambiaría su vida: se hace misionero y se marcha a Latinoamérica.

Alfonso describe esta aventura con la ilusión de ayudar a los más pobres. Durante su primera década allí, entre 1961 y 1971, residió a caballo entre varios centros de la orden en Bolivia, Perú y Ecuador. Tiempo que dedicó a formarse como sacerdote y en el que comenzó a dar sus primeras clases. Pasó por los centros bolivianos de San Calixto, el Colegio Nacional Ayacucho y el Correccional de Menores, los tres en La Paz. También por el Colegio Colombia, en Lima, y por el seminario San Antonio Abad, en Quito. Fue en estos años en los que el jesuita, entonces en la veintena, escribe sobre su primera agresión sexual en un barrio limeño.

Tras este periplo de formación, y seis años después de su primer abuso reconocido, Alfonso, al que por entonces empezaron a llamar Pica, se asentó finalmente en Bolivia. Era octubre de 1971, cuando la orden lo nombró subdirector del Colegio Juan XXIII, un internado que en esos años rescataba a niños de la pobreza para que tuvieran un futuro. El jesuita era uno de los encargados de recorrer Bolivia en busca de estos chavales.

Una de las primeras orlas de estudiantes del Juan XXIII, Cochabamba, en la que aparece Pica.

A los tres años de llegar, el religioso ascendió a director y transformó el colegio en un pequeño estado. Los internos mayores trabajaban la mitad del día para que el centro pudiese autoabastecerse: tenían una panadería, cerdos, vacas, un huerto. Fabricaban tapas para alcantarillado que luego vendían al ayuntamiento de la localidad.

Se hacían llamar Pequeña Nueva Bolivia y el poder último lo ostentaba Pica. El jesuita dirigía el centro y las vidas de cientos de alumnos. Muchos antiguos alumnos, nacidos en familias pobres, recuerdan en sus redes sociales aquellos años con cariño. Otros tantos, sus decenas de víctimas, con pavor.

Alumnos de los cursos superiores del Juan XXIII, en Cochabamba

Pica viajó a España en 1978 para la tercera probación de sus votos, etapa final de la formación de un jesuita. Allí, en un centro de la compañía en Alcalá de Henares, habló sobre los abusos sexuales con su instructor, el sacerdote ya fallecido José Arroyo, el mismo que unos años antes también dirigió para ese mismo examen a Jorge Bergoglio, actual papa Francisco.

En el diario no hay constancia de cómo fueron esas conversaciones que ambos mantuvieron, pero Pica sí escribe las opiniones del instructor al respecto, en las que despoja las agresiones de la dimensión moral, y también sus recomendaciones. No debe nombrarlo en las confesiones y no considera que tenga que abandonar la docencia. En ningún momento le aconseja que deje de agredir a los menores. Algunas de las anotaciones sobre esto son: “No sentirme pecador arrepentido”, “en el futuro no pasará nada”, “[son] casos aislados”.

Pica pasó el examen eclesiástico y volvió a Cochabamba para dar clase. Pese a su confesión, no se le abrió ningún proceso ni se le apartó. En Bolivia siguió abusando de sus alumnos.

Pedro Pérez, nombre ficticio, es uno ellos.

Esta víctima, ahora con 58 años, explica en una videollamada que la pobreza en sus primeros años de vida era tan cruda que le costaba imaginarse un futuro donde no sintiera hambre. Todo cambió cuando, una tarde lluviosa, un pequeño ómnibus le llevó al colegio Juan XXIII. “Era una maravilla: cómodos dormitorios, comedores espléndidos, canchas de fútbol. Y la comida, excelente. Imagínate, pasar de una familia con carestías a un espacio donde te aseguraban todas las comidas”, cuenta por teléfono. El primer año fue feliz.

Fotografía realizada por Pica a un grupo de sus estudiantes, algunos de ellos fueron. sus víctimas

Hasta que una noche llegó el miedo. Como de costumbre, Pica cortó la luz a las 22.30, puso en marcha su tocadiscos y por los altavoces comenzó a sonar la música de Mercedes Sosa, Violeta Parra o Quilipayún.

Mientras los vinilos giraban en la oscuridad, esta víctima sintió los pasos del jesuita, recorriendo el gran dormitorio comunitario y visitando las literas de algunos de los niños. Con esas melodías de fondo, acabó quedándose dormido. Y le llegó su turno: “Me desperté y me estaba tocando los genitales. Tenía 15 años. Me quedé congelado, petrificado. Él me decía, con voz baja: ‘Tranquilo, no pasa nada’. Fue terrible”.

Tras esa noche, esta víctima empezó a escuchar comentarios que quizá hasta ese momento le habían pasado inadvertidos. Una mañana, en los baños del colegio, un amigo suyo entró enfurecido. Pérez le preguntó:

—Oye, hermano, ¿qué pasa?

—El hijo de puta de El Chapa [Pica] ha venido anoche a hurgarme.

Pérez entendió lo que eso significaba. Al poco tiempo, ese alumno abandonó el centro. Pero Pérez no podía permitirse “ese lujo”. Tenía que soportar las agresiones del jesuita si quería seguir teniendo un plato de comida y un futuro. “Para mí, dejar el Juan XXIII significaba volver a la pobreza”, lamenta.

Un año después, a finales de 1982, Pérez pasó a uno de los cursos superiores, donde los dormitorios ya eran privados y Pica no podía entrar libremente. Pensaba que podía vivir tranquilo. Pero una noche, después de la cena, una compañera llegó alterada al comedor y le gritó: “El Pica te busca. Te espera en su dormitorio. Está muy enfermo y dice que solo tú puedes ayudarle”.

Pérez subió hasta la habitación del jesuita. Cuenta que se lo encontró allí, tumbado en su lecho, “fuera de sí”. Le pidió que se echase junto a él y, en un instante, se abalanzó sobre el muchacho, lo redujo y lo desnudó. Aún recuerda el olor desagradable que Pica desprendía. Le forzó a que se tumbara boca abajo.

Por las mismas fechas en las que Pica agredió sexualmente a Pérez, el interno Roberto Peña, de 12 años, intentaba reunir a varios compañeros para pedir ayuda al superior de los jesuitas. Era una primera rebelión para frenar los abusos. Sus intenciones llegaron a oídos del director, Pica, y le hizo llamar a su despacho. Dentro, recuerda Peña, el pederasta le advirtió: “Me he enterado de lo que andas contando. Te dije que eso no se podía contar y tú sabes que, si sigues en ese plan, para el año que viene no vienes al colegio”.

“Eso” que Pica no quería que se supiese comenzó, en el caso de este alumno, a inicios de ese año.

Poco después, este interno también empezó a percibir que Pica se paseaba entre las camas del dormitorio. En uno de esos itinerarios, le condujo hasta su cuarto.

Pero la agresión más terrorífica que esta víctima describe fue al final de curso. “Empezó a darme latigazos con un cinturón"

Pica abandonó el colegio en 1983, tan solo unos meses después de amenazar a Peña con echarlo si contaba lo que hacía con los alumnos.

La orden lo envió a trabajar como obrero a las minas de Oruro, al oeste de Bolivia, junto al lago Uru Uru. “Me escribió una carta desde allí, culpándome de que lo habían enviado a las minas porque lo conté todo. Pero yo no lo hice, no sé quién pudo ser”, añade Peña.

La versión que Pica dio a sus alumnos, señala un antiguo estudiante, fue que partió a las minas para “sentir en el alma lo que siente el minero boliviano que tan explotado es”.

Pica durante su viaje a Madrid en 1983

Manuel López (nombre ficticio) llegó al colegio el mismo año en el que Pica trabajaba en las minas. Ya por entonces, sus compañeros comentaban que el famoso padre Pica tocaba a los niños. López cuenta que no prestó atención a las advertencias.

Un año después, en 1984, el jesuita abandonó Oruro y regresó al Juan XXIII. Un día, López le paró en uno de los pasillos para pedirle ayuda.

“Con una confianza plena, le dije que tenía molestias en mi pene. Tiempo después supe que era fimosis. Y él me dijo que fuera a su cuarto”.

Cuando traspasó la puerta, el jesuita le bajó los pantalones y comenzó a hacerle una felación. “Me di cuenta de que eso no me iba a curar y atiné a apartar su cabeza. Le pregunté qué diría de eso la Iglesia”.

El chico también fue víctima de las visitas nocturnas de Pica. Una noche, se despertó y pilló al pederasta tocándole los genitales.

 Al día siguiente, se armó de valor y fue al despacho de Pica para increparle por lo que le estaba haciendo:

—Lo que estás haciendo es un asco y resulta que es verdad lo que todos dicen: eres maricón.

— ¿Quién lo dice?

—Todos.

El jesuita, recuerda López, se excusó diciendo que lo hacía con hombres porque, como era cura, no podía hacerlo con mujeres. Luego, añade la víctima, cambió de tema y conversó con él sobre fotografía.

Pica dejó de abusar de él, pero afirma que años después, en 1986, un compañero de clase intentó violarle durante una fiesta.

El nombre de este alumno también aparece citado en el diario de Pica.

Al menos una decena de víctimas han contactado entre ellas para denunciar su caso y conseguir justicia. “Muchas vidas están destrozadas. El padre Pica tenía múltiples cualidades e hizo mucho bien. Pero lo que le hizo a cientos de niños liquida todo lo bueno”, concluye uno de los antiguos alumnos.

Durante la última etapa al frente del colegio, entre 1984 y 1989, Pica cuenta que confesó a otros sacerdotes este “pecado”. Junto a estas anotaciones, incluía valoraciones de sus superiores ante un posible ascenso como provincial. Todos destacaban su entrega a los pobres, pero también varios defectos: “Es manipulador” y tiene “ciertas filias y fobias (no del todo dominadas)”. Ninguno cita que abusa de menores.

En medio de esa tristeza quería luchar por superar mis problemas, pero cada vez tenía menos fuerzas y la bola de nieve era más grande. Taquiña [Bolivia], 22 marzo 1989

Pica abandona el Juan XXIII en 1989 para ser responsable de los novicios en Cochabamba y Oruro. Durante esos años empieza a escribir más sobre los abusos que comete. Utiliza iniciales para indicar las relaciones sexuales que tuvo “sin consentimiento”. Y, por primera vez, siente que su pasado le persigue.

Parte 2: “He soñado que se descubría el pastel” (Oruro, 6 de enero de 1994)

Pide a Dios que le socorra para poner fin a las agresiones: “No me dejes —ayúdame— dañar a nadie. A ninguno de tus hijos”. Tiene necesidad de contarlo todo, a pesar de la “vergüenza” que siente. “He sido un degenerado (¿o un enfermo atrapado?)”, anota.

En el diario escribe el esquema que siguió para contárselo todo a un amigo, el jesuita catalán Marcos Recolons. Utiliza palabras clave para citar tanto los delitos de pederastia como su homosexualidad: “Represión religiosa”, “F. sin consentimiento”, “no veía consecuencias de todo aquello”, “casos aislados”, “gran interrogante: ¿pecado?”.

EL PAÍS ha contactado con Recolons, mientras preparaba un viaje por las comunidades indígenas del río Sécure, para que explicase ese encuentro.

Su relación con el jesuita, se ha limitado a decir, era la de un acompañante espiritual. Todas las conversaciones que tuvieron, defiende, están bajo secreto de confesión: “No puedo decir absolutamente nada. Lo siento mucho”.

No fue la última vez que Pica pidió consejo a un religioso sobre cómo abordar este tema. El jesuita pasó la primavera de 1997 en Valencia y aprovechó para verse en varias ocasiones con un psicólogo, el salesiano Ángel Tomás García, al que le contó todo. En sus memorias hace anotaciones de su informe psicológico, de las consecuencias que Tomás le advierte que habrá si sigue abusando de menores y de las estrategias que tenía que poner en marcha para evitarlo: “Ver dignidad de esos indefensos. Algún día se sentirán utilizados, manipulados”, “cortar radicalmente”, “evitar complejo y sentimiento de culpa”.

(Tomás falleció en 2007, en la comunidad de San Antonio Abad de Valencia. No hay constancia de si denunció al jesuita pederasta ante la policía, como le obliga el código penal. Este religioso, además de crear un gabinete de orientación psicopedagógica en varios centros salesianos valencianos, fue superior de la orden entre 2000 y 20069.

El psicólogo le insiste en que no relacione el delito con el pecado y que “lo más importante no es el tema sexual (homosexual ni pedofilia), sino la necesidad de ternura y cariño”. El colega religioso le recomienda que distinga entre abusos y las relaciones sexuales consentidas, y que se someta a evaluaciones periódicas.

La visita al psicólogo despierta el miedo en Pica, y se convence de que tiene que frenar las agresiones contra los niños, ante el temor a ser descubierto y castigado. “Las ovejitas pequeñas, ¡Jamás!”, escribe ya en 1998.

Las leyes serían muy severas (cárcel, destierro, expulsión). "Todo el peso de mis errores me aplasta. Sí, soy culpable. Ante Él, no tengo palabras. Mi silencio es vergüenza, es culpa, es miseria pura. […]. Hice sufrir, dañé". Chuquiñapi [Bolivia], 21 febrero 1998

Ese mismo año es apartado de formar a los novicios y se le designa “responsable de canalizar las nuevas vocaciones a la Compañía de Jesús”. Intenta alejar el miedo de su mente, pero escribe que le resulta imposible. “Estoy podrido”, redacta.

Recuerda constantemente los consejos de los religiosos a los que les pidió ayuda. Destaca especialmente uno: “¡No jugar con la suerte!”. Ese año, en 1999, aparece en su diario un personaje destacado, el jesuita Luis Tó. Otro sindicado de ser pederasta, que fue trasladado por la orden desde España, una historia que este diario destapó en 2019.

(Luis Tó formaba parte del claustro del colegio San Ignacio de Barcelona. A comienzos de los noventa, la Audiencia Provincial de Barcelona le condenó a dos años de cárcel por abusos. Sin antecedentes, no pisó la cárcel y la orden lo trasladó a Bolivia. Era 1992)

Pica da a conocer en sus memorias que ambos se conocían. En la ciudad boliviana de Copacabana, en 1999, escribe que solo Luis Tó le dio la enhorabuena por un libro que acababa de publicar durante la presentación del volumen ante la comunidad religiosa. Lo cita varias veces más, y aunque nunca anota nada sobre su pasado como pederasta, deja entrever que la mayoría de los jesuitas de Bolivia no están cómodos con su presencia.

La entrada en el nuevo milenio es la más convulsa para Pica. Ocupa casi la mitad de los folios de sus memorias. Llegan las primeras denuncias de sus víctimas.

"Estoy cansado, con mucho sueño, pero creo que necesito escribir, aún sin ganas. Me llamó mamá esta tarde. Me dijo con toda sencillez: ‘Llamaron desde Bélgica, preguntaban por ti. ¿Está Pica?’, etc. Ella le dio mi teléfono de La Paz. El desconocido (unos 35 años, dice mamá) antes de colgar dijo: él violó a mi hijo". La Paz [Bolivia], 15 enero 2001

Días después, escribe que su hermano le llamó para advertirle de que un antiguo alumno había vuelto a llamar a la casa de sus padres en Valencia para contar que el jesuita le había violado cuando era un niño. Pica escribe cómo el miedo se apodera de él: “Tiemblo sospechando que llega con un chantaje muy serio. Y lo peor es que se enterará medio mundo”.

El religioso está en La Paz. Su estado de nervios es tan delicado que lleva tres días tomando Ansietil para frenar la ansiedad. Tiene la esperanza de que todo termine en una “visita amigable”, aunque cree que el afectado aprovechará la ocasión para “sacar plata”.

Parte 3: “Lo conté tantas veces...”

"Estoy desmoralizado, hundido, fracasado. Sinceramente no tengo ganas de cambiar, porque no tengo ganas de nada. La Paz [Bolivia]", 28 de enero 2001

El jesuita recurre a superiores y amigos dentro de la Iglesia. A su provincial, Ramón Alix, le reconoce que necesita “ser acogido” y le admite: “Esta necesidad de ser amado me llevó años atrás a buscar cariño donde no era conveniente. Ahora me queda, como resaca, un problema intermitente…”.

En la lista de personas a las que recurrió se encuentra Óscar Uzín, un prestigioso teólogo ya fallecido. Pica se sentía cómodo con él. Lo describe como un clérigo, con “una vida gay plena”, y que “ha dejado de creer en Dios”. Uzín le trata bien y no le juzga. Solo le aconseja, “sin escandalizarse”, que no abuse de menores.

Un caso de pederastia difundido por EL PAÍS

Pero el miedo se hace aún mayor cuando un 21 de marzo de 2002, durante un viaje a Valencia, lee una noticia en EL PAÍS: El cura que abusó de 130 niños. En una página entera, este periódico hablaba sobre el escándalo de la pederastia en la Iglesia católica destapado por The Boston Globe. Para Pica, fue una conmoción. “Estoy metido entre dos paredes que se van juntando y apretando (el ahora y el pasado)”, escribe.

Este hecho le siguió atormentando durante meses: "Lo que ha llenado este tiempo ha sido el tema de los pederastas en TV y prensa. Algunos momentos los he pasado con enorme ansiedad. Me afectó todo: el sueño, el trabajo, las relaciones, la adicción, todo. Estoy angustiado. Tengo miedo. Mañana hablo con Ramón a las 8.30 horas de la mañana. Le voy a proponer irme a Valencia para ‘cuidar’ a mamá. Tengo que escapar de esta angustia y mediocridad". La Paz [Bolivia], 17 junio 2002

Dos meses después, Pica regresa a Valencia para pasar una larga temporada. En su diario no explica las razones de su viaje. Lejos de Bolivia, el jesuita escribe que siente que “el fantasma del miedo en torno a los acontecimientos juanchos [así se refiere a los antiguos alumnos del Juan XXIII]” se ha alejado.

Cita incluso a una víctima, y matiza que ese caso de abusos ya no le atormentará más. “Creo que ya tengo una buena capacidad para vivir con ese lastre en la mochila”, anota.

Pica viaja por España, realizando ejercicios espirituales por varias ciudades. En los trayectos reflexiona sobre su día a día. En una de las entradas describe lo mucho que se ha visto retratado cuando ha visto la película El crimen del padre Amaro, la historia de un sacerdote mexicano que mantiene relaciones sexuales con una joven y luego la obliga a abortar. Pica se pregunta: “¿Y si hicieran una película con mi historia?”

Sus debates internos desembocan en decenas de esquemas donde, a través de guiones, analiza sus pensamientos y se pone metas: “No dañar a ningún pequeño”. Eso último lo escribe en un vagón de tren, camino a Huesca. Allí coincidirá con un joven obispo que muchos años después se convertiría en el presidente de la Conferencia Episcopal Española, el cardenal Juan José Omella.

“En Huesca nos acompañó uno de los días el obispo de Barbastro (porque Huesca es temporalmente sede vacante), un tal Juan José. De riguroso negro pero cercano y buena persona. Me pidió confesar y tuvimos ocasión de hablar distendidamente sobre muchas cosas (una charla a mi estilo, plagada de preguntas). Los obispos andan preocupados por cuestiones más o menos locales: sucesiones, Conferencia [Episcopal], Gobierno, clases de religión, financiación… no tanto, eso capté, por el tema de fondo: la Iglesia, de dónde viene, a dónde va, su presencia en el mundo, etc". Valencia, 1 julio 2003

El jesuita regresó a comienzos de 2004 a Bolivia, y sus demonios le estaban esperando. En sus memorias anota que tiene la esperanza de que su orientación sexual y los abusos terminen “con algún acontecimiento (enfermedad o accidente)”. Meses después estos anhelos se cumplen.

“Pues parece que llegó el momento. Llegó el acontecimiento, la enfermedad. ¡Tengo cáncer! Dentro de unos días, con la cirugía radical de la próstata, los ganglios y las vesículas seminales, voy a quedar impotente. […] Ahora ya sé que, en ambos casos, quedo impotente (sin testículos no hay metástasis)". Cochabamba [Bolivia], 12 abril 2004

Pica no cree que Dios se le ha manifestado “en el lenguaje de la enfermedad”. Espera que la fe vuelva a su vida y que sus tormentos desaparezcan. En estos últimos años de su vida, finalmente admite su homosexualidad y la destierra como un “pecado” que le condenará al infierno. Insiste en la hipocresía de la Iglesia sobre ese tema y cómo la represión sexual le ha causado tanto daño. “¿Por qué una Iglesia podía permitir y fomentar eso? Jesús jamás me hubiera tratado así”, dice sobre la condenación eclesiástica de la homosexualidad.

Pica en una fiesta por su último cumpleaños

Es en estos años en los que empieza una relación estable con su pareja. La persona a la que le revela los abusos que cometió en el pasado y a la que le cuenta que está escribiendo sus memorias. También regresa al colegio de Cochabamba Juan XXIII para ser homenajeado. Pica, rodeado de carteles y vítores de alabanza, se sintió feliz. Pero también incómodo: “Me hartaban un poco tantas intervenciones, llenas de elogios y cariño, pero que me resonaban como hipócritas o, al menos, falsedades; pues yo sé bien cuál fue la realidad y no puedo sacudir de mi mente el hondo sentimiento de culpa que me embarga”. En su diario también describe eventos que se suspendieron.

"Otra reunión-homenaje que estaba planificada en La Paz anteriormente la suspendimos a última hora. Alguien había insistido en la vieja denuncia a Ramón [Alaix, su provincial]. Ramón se asustó. Incluso habló de enviarme a España. Lo frené como pude y hasta ahora no me ha dicho nada de lo que se comprometió: hablar con el interesado de nuevo y pedirle perdón". El Paso [Bolivia], 3 de febrero 2008

Para disipar los rumores, Pica envió una carta a los antiguos alumnos donde les explicaba que fue él quien canceló el homenaje, tenía cáncer y todos los miércoles recibía quimioterapia. “Reconozco las cosas malas que se han hecho, por los cuales les pido disculpas”, anotaba. No obstante, meses después aceptó que algunos juanchos le organizasen una fiesta de cumpleaños.

 Pica durante una fiesta en su honor por su último cumpleaños.

La vida de Alfonso Pedrajas, Pica, se fue apagando. Dejó de escribir en su diario el 11 de octubre de 2008. Un año después falleció en una cama de hospital. Su diario son las memorias de un pederasta. También la prueba de cómo la Iglesia toleró estos delitos dentro de sus muros e impuso, por norma, el encubrimiento. Lo reconoció el propio Pica:

“Lo conté tantas veces…”

El Deber


Un jesuita español abusó de decenas de niños en Bolivia Reviewed by Jorge Molina on mayo 02, 2023 Rating: 5 Encubierto por la Iglesia, dejó escrito un insólito testimonio. El País, de España, reconstruyó su historia de la mano de víctimas y allegad...

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