Aunque solo lo reconozcan en espacios cortos, todo el evismo reconoce que el peor error de la carrera política de Evo Morales fue salir del país luego de su renuncia en 2019, más que saltarse el resultado del referéndum de 2016 y más que no negar sus relaciones con menores de forma tajante, por eso a nadie sorprendió que la reunión de cargos electos del pasado viernes concluyera que Evo Morales seguirá siendo el candidato, incluso si se debe buscar una nueva sigla para concurrir a las elecciones, dando por hecho que la pérdida material de la sigla del Movimiento Al Socialismo (MAS) es un hecho.
Para algunos es estrategia mientras se preparan Andrónico
Rodríguez y el gran tapado, Eduardo Rodríguez Veltzé, cada vez más crítico con
Luis Arce, una forma de quitarles presión. Para la mayoría simplemente Evo no
va a renunciar en su vida, más después de aquel gran error de irse a México.
De momento esa es la conclusión de una semana política
ciertamente de transición en la que el Gobierno, una vez consolidado su plan de
arrebatar la sigla a Morales y proscribir su candidatura a través del Tribunal
Constitucional Plurinacional, se ha tomado un tiempo de reflexión mientras deja
en la heladera el asunto judicial por las denuncias de estupro – ya las dejó
cinco años – por las dificultades probatorias, el desgaste internacional y,
sobre todo, el riesgo a que les salpique.
Liberalización Apenas dos meses después de la
“liberalización” de la exportación de carne, en busca de dólares, ya han
empezado los problemas en las urbes por el acelerado incremento de precios
El círculo de Arce
En esa semana de impase, el presidente tenía una de esas
salidas honrosas que dan los eventos internacionales. Asistir al G20, ese foro
sin competencias, pero mucho impacto político, podía ser una buena oportunidad
para hacerse ver en otro plano, menos confrontacional, más arropado, pero no.
Como invitado tuvo su tiempo en el que expresó su visión del mundo y vendió su
charque, pero el momento de la verdad era otro. Y no salió en la foto que ha
dado la vuelta al mundo: aquella en la que el pletórico anfitrión Lula da Silva
reunió a Claudia Sheinbaum, la presidenta de México de vuelta al mundo, y a los
dos izquierdistas apurados pero solventes, Gustavo Petro y Gabriel Boric, para
hacerse una foto viral reivindicando una lectura distinta de las relaciones internacionales
desde la izquierda y desde Latinoemérica.
Descartadas todas las excusas sobre la agenda o lo
espontáneo de la instantánea, y también cualquier posibilidad de que el evismo
haya intermediado para que la ausencia fuera notoria, caben análisis sobre la
posibilidad de que Luis Arce haya optado por no participar precisamente por el
pleito que Venezuela tiene con Lula, por su veto en los BRICS, y con Petro más
por las exigencias de transparencia que desde Brasil y Colombia han llegado
para validar las elecciones de julio, que de hecho no se han validado.
La posibilidad de que Arce haya optado por apuntalar su
relación con Maduro, que también disputa Morales, en lugar de abrir lazos a las
cuatro potencias latinoamericanas con las que además se comparte,
aparentemente, orientación política, puede suponer un error de cálculo serio.
Sobre todo, si pronto empiezan las hostilidades sobre la legitimidad del
sistema electoral boliviano, pero sobre todo, por la coyuntura económica.
Cualquier acercamiento suma.
¿Qué es del modelo?
Si bien la semana ha tenido poca actividad política, los
matices de los movimientos económicos dan cuenta del futuro cercano.
Arce ha encontrado en la “liberalización” de la economía una
muleta sobre la que sostenerse, al menos de momento, pese a que le da
artillería a su oponente sobre el supuesto desmontaje del “modelo social,
productivo, comunitario”, que tenía poco de todo.
Sin embargo, apenas dos meses después de la “liberalización”
de la exportación de carne, en busca de dólares, ya han empezado los problemas
en las urbes por el acelerado incremento de precios, y lo propio con la
supuesta liberalización de los combustibles, que se anunció hace apenas diez
días y apenas se ha reglamentado y ya ha generado multitud de quejas entre
empresarios y otros supuestos beneficiarios, que a ratos suenan a excusas.
Sin duda, continuará.
-Los números que tiene la oposición y sus encuestas-
No es que las cosas bajen más calmadas en la oposición que
en el oficialismo, a punto de dividirse formalmente en dos ramas, porque además
parecería que la competencia por ver “quién es el mejor” viene dopada en forma
de encuestas, que al final, cuestan mucho dinero.
Habitualmente el amo y señor de las encuestas internas era
Samuel Doria Medina, mientras que José Pomacusi se reducía al eje y Garafulic
quedó desahuciado tras aquella encuesta de 2019 que le daba victoria a Mesa en
primera a días de las elecciones.
En la competencia ha aparecido Manfred Reyes Villa, que ya
ha dicho que no quiere a nadie y que tiene sus propias fórmulas de llegar a la
presidencia, desahuciando por delante cualquier intento de objetividad del
resto.
A esto se ha sumado el millonario empresario Marcelo Claure,
imbuido en una especie de espíritu de Elon Musk lleva unas semanas tuiteando
sobre la necesidad de “Make Bolivia Great” (no se atreve a usar el again) y ha
anunciado la realización de una encuesta enorme y carísima para aclarar el
panorama. Estábamos acostumbrados a outsider aterrizando en el papel, pero no
desde fuera.
En 2019 la oposición y sus analistas leían un MAS más débil
que nunca al que se podía derrotar fácilmente y aparecieron 7; en 2020 creían
que el MAS no volvería y se quedaron en seis porque dos se bajaron por el
camino.
Ronald McLean, en su afán de encontrar un candidato único,
ha propuesto una APP para que cualquiera pueda votar desde la comodidad de su
salón. Y el anonimato. Y de vuelta a ver quién maneja el circo.
Tal vez este sea el pulso definitivo de la oposición
tradicional, y tal vez sea el momento exacto en el que tienen que hacerse
notar, aunque algunos sugieren que sería más conveniente construir un proyecto
plural y conjunto que pueda ilusionar a la gente más que pelear por los
sillones. Pero tal vez no.
Parece haber consenso en que las elecciones tienen que ser
en agosto de 2025 – aunque en 2020 fueron en octubre y no hubo ningún problema
en acotar el tiempo de transición –. Como sea, el calendario electoral se
estaría activando en febrero. Y el tiempo es oro.
El País
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