Puede medirse en las líneas del gráfico de los ingresos arancelarios de Estados Unidos, que han saltado a niveles que no se habían visto en un siglo, más allá de los que se registraron durante el alto proteccionismo de la década de 1930.
O en las caídas del mercado bursátil de la noche a la
mañana, sobre todo en Asia.
Pero la verdadera medida de estos cambios serán las
significativas alteraciones en las formas de comercio mundial que existen desde
hace mucho tiempo.
En esencia, se trata de un arancel universal del 10% sobre
todas las importaciones a EE.UU. para todo el mundo, que entrará en vigor el
viernes por la noche. Además de eso, decenas de los "peores
infractores", como los ha llamado Trump, se verán gravados recíprocamente
por tener excedentes comerciales.
Los aranceles a los países asiáticos son extraordinarios.
Destrozarán los modelos de negocio de miles de empresas, fábricas y
posiblemente países enteros.
Algunas de las cadenas de suministro creadas por las mayores
empresas del mundo se romperán al instante. El resultado inevitable será sin
duda empujarlas hacia China.
¿Se trata solo de una gran negociación? Pues bien, el
gobierno estadounidense parece estar reclamando los ingresos arancelarios para
los recortes de impuestos previstos. El margen para un ajuste rápido parece
limitado. Como dijo sin rodeos un funcionario de la Casa Blanca: "Esto no
es una negociación, es una emergencia nacional".
El objetivo de esta política es conseguir que el déficit
comercial estadounidense "vuelva a cero". Se trata de una
reconfiguración total de la economía mundial.
Pero trasladar las fábricas llevará años. Aranceles de esta
magnitud en el este asiático, especialmente del 30% o 40%, acelerarán el
aumento de los precios de la ropa, los juguetes y los productos electrónicos.
¿Cuál será la respuesta?
La pregunta ahora es cómo responderá el resto del mundo.
Algunos consumidores europeos tendrán la oportunidad de
beneficiarse del desvío de este comercio en ropa y productos electrónicos de
forma más económica. Más allá de estados Unidos, convertida en una economía
aislacionista, el resto de las grandes economías podrían optar por una mayor
integración comercial.
Como ilustra la caída de las ventas de Tesla, sólo una parte
de esta historia tiene que ver con la respuesta de los gobiernos. Hoy en día,
los consumidores también pueden responder. Podría convertirse en un nuevo tipo
de guerra comercial en las redes sociales.
Europa puede decidir no seguir comprando las grandes marcas
comerciales creadas en Estados Unidos y apreciadas en todo el mundo.
El monopolio en las redes sociales de las grandes
tecnológicas estadounidenses podría tambalearse.
Y las autoridades estadounidenses podrían verse obligadas a
subir los tipos de interés para combatir el inevitable repunte de la inflación.
Una guerra comercial mundial parece inevitable.
BBC
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