Escrito por
Miguel Ángel Benítez Zárate
Ingeniero agrónomo
Con el surgimiento de la agricultura se
inició un proceso continuo de desarrollo tecnológico, partiendo de la
domesticación de especies vegetales y animales, que hasta hoy son la base de
nuestra alimentación, así como la invención de diferentes prácticas agronómicas
y herramientas. Recientemente emergen avances importantes en el ámbito
biotecnológico, por ejemplo, el CRISPR/Cas 9 como una posibilidad tecnológica
para la edición genética, misma que requiere reflexiones y posicionamientos
políticos y económicos. Por lo tanto, hablar de tecnología no está ajena a
posturas políticas, paradigmáticas y la reflexión filosófica.
La experiencia de muchos países demostró el rol
preponderante de la ciencia y tecnología en el desarrollo socioeconómico, a
través de la estructuración de procesos de generación de conocimiento para las
actividades productivas y otros aspectos de la vida cotidiana de las personas;
estas tecnologías evolucionan constantemente y generan cambios sustantivos en
nuestro planeta. En esa perspectiva, la innovación tecnológica es determinante
para la sobrevivencia y progreso de las sociedades, como también es aprovechada
en la imposición de regímenes agroalimentarios desde las corporaciones supra
nacionales, aspecto que se refleja en la predominancia y dependencia de la
alimentación mundial sustentada en pocas especies agroindustriales (soya, maíz,
trigo, sorgo, arroz, caña de azúcar).
Para alcanzar la innovación es necesario
transitar por el desarrollo de conocimientos y la investigación aplicada,
conforme a las problemáticas y potencialidades de una nación, un territorio o
un sector productivo específico; además de acompañarlos con otros factores
socioeconómicos e institucionales que deben establecerse como soporte, en
función a políticas públicas o metas trazadas desde los sectores.
Un sector importante en Bolivia es la
agricultura familiar, las unidades productivas agropecuarias familiares
representan el 96,4 % del total de las unidades agropecuarias a nivel nacional.
El 61,3 % del volumen total de producción agrícola proviene de la agricultura
familiar, mientras que el 38,7 % corresponde a la agricultura no familiar (Tito
y Wanderley, 2021). Con relación a los ingresos familiares anuales, una unidad
productiva agropecuaria familiar alcanza un ingreso promedio de 32.858 Bs., de
los cuales, el 83% proviene de las actividades productivas, especialmente las
agropecuarias, el 11% por la venta de la fuerza de trabajo y 7% de las
transferencias mediante bonos y remesas (Salazar y Jiménez, 2018).
La agricultura familiar boliviana se caracteriza
por una multiplicidad de tipologías y estrategias, sus sistemas de producción
se configuran en función a los agroecosistemas, su vinculación con los
mercados, la disponibilidad de mano de obra, acceso a tecnologías y la tenencia
y disponibilidad de tierras. Estos sistemas son el producto de una combinación
de varios subsistemas, donde pueden intervenir la agricultura, crianza,
piscicultura, pesca, caza, recursos forestales maderables y no maderables, así
como el manejo de pisos ecológicos y la continua generación de tecnologías por
los mismos agricultores en sus unidades productivas; se sustenta en un gran
número de especies, que son cultivadas, criadas, conservadas y consumidas en
dietas diversas por las comunidades rurales, a esta complejidad del sistema se
la entiende como agricultura biodiversa.
A pesar del descuido desde las políticas
públicas, la agricultura biodiversa subsiste mediante los pequeños
agricultores, “para quienes no existen esfuerzos concretos y sostenidos que
proporcionen nuevos conocimientos y tecnologías desde las instituciones
oficiales de investigación y desarrollo tecnológico” (Durán, 1990); desde la
perspectiva tradicional estas instituciones están compuestas por los institutos
públicos de investigación (como el Instituto Boliviano de Tecnología
Agropecuaria, IBTA, hasta finales de los años 90; el Sistema Boliviano de
Tecnología Agropecuaria, SIBTA, a principios del presente siglo; y, el
Instituto Nacional de Innovación Agropecuaria y Forestal, INIAF, desde el 2008)
y los centros y laboratorios universitarios, especialmente de las facultades de
ciencias agrícolas y pecuarias de la universidad pública.
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