La tradición señala que las primeras apariciones se registraron ya en la época de la colonia, cuando San Bernardo de la Frontera de Tarija intentaba consolidarse en este importante cruce caminos
Cuenta Aguilera Fierro que las Salinas, Chaco y Oran fueron
invadidas por colonizadores de buena y mala fe. Los campesinos, cuyo origen es
diverso, comenzaron a labrar la tierra, permanentemente hostilizados por la
fiereza indígena que defendía su territorio. Luis de Fuentes y Vargas en varias
ocasiones debió acudir en defensa y protección de los vecinos de Chaguaya,
asediados por los indígenas.
Por aquella época, la sequía devastaba los cultivos, la
peste diezmaba los animales, las enfermedades causaban bajas dolorosas en las
familias del vecindario de Chaguaya. “Años terribles, sólo la fe y la esperanza
en días mejores sustentaban el espíritu de los pobladores”, dice el escritor.
Bajo este contexto, empieza la leyenda, hilvanada con la
imaginación campesina, limpia como la fe del creyente. Dice la tradición oral
que dos esposos campesinos retornaban de la faena diaria, él traía a lomo de
acémilas pasto largo para el techo de su nueva casa, mientras su esposa
conducía las ovejas. El día había sido como cualquier otro, la noche comenzaba
a tejer su manto sobre el valle, la costumbre de trasladarse en las noches, les
posibilitaba orientar sus pasos entre la escasa vegetación. Durante el día,
habían analizado una vez más la triste situación de los comarcanos, los
pastizales secos, el río escasamente dejaba un hilo de agua. Sólo las lluvias
oportunas serían la salvación de los cultivos y animales.
La pareja acompañaba el ritmo de los grillos con sus pasos,
el chasquido de las pisadas de las ovejas y cabras rompían la monotonía del
atardecer, si no fueran estas pisadas el silencio de la noche sería completo
para un escenario adornado de quietas luciérnagas. De pronto, ambos divisaron
no muy lejos un resplandor que dibujaba el contorno del paisaje sobre un
imponente fondo negro. Curiosos, detuvieron la manada y dirigieron sus pasos
hacia él. Venciendo la rala arboleda llegaron hasta un frondoso árbol de molle,
enceguecidos por el resplandor, no vieron sino una hermosa estela tricolor que
en religiosa armonía, deslizaba sus rayos del centro hacia los lados. La visión
era tan extraña que los humildes chapacos no atinaron a nada, el reflejo
interior les hizo persignarse y mirar calladamente hacia el estrellado cielo.
Los esposos estaban absortos contemplando tan potente juego
de luces, tanto que no alcanzaron a mirarse el uno al otro. De pronto, los
rayos de luz se fueron desprendiendo de su centro, dando paso en forma
paulatina a la bella imagen de la Virgen María.
Como iluminados por un rayo divino, los esposos se postraron
de rodillas e inclinando el cuerpo, besaron el árido suelo, exclamando:
¡Virgencita mía! ¡Bendito sea Dios!
Los pastores no pudieron precisar cuánto tiempo
permanecieron de rodillas ante la imagen de la Virgen María de la Asunción.
Cuenta Aguilera Fierro que al día siguiente, con las primeras luces del día,
retornaron al lugar y reverentes tomaron la imagen y la llevaron consigo,
colocándola en un sitial preferencial de su modesto hogar. Al caer la tarde,
los vecinos de la zona anoticiados, llegaron hasta la casa con el objeto de
conocer a la Virgen, pero grande fue la sorpresa de los recién llegados así
como de los dueños de casa al no encontrarla.
La Virgen eligió su lugar
Reunidos en gran número, los vecinos se trasladaron en
caravana al sitio donde fue recogida horas antes. Ante la perplejidad de los
campesinos encontraron la imagen reposada en el frondoso árbol de molle, un
hermoso halo de luz la envolvía. Así de rodillas oraron toda la noche, en cuyo
lapso, se fueron sumando otros lugareños.
Al despuntar el día, en solemne romería la trasladaron hasta
una de las casas de la comarca, concretando efectuar en horas de la tarde un
cálido testimonio de fe católica. Según lo convenido, se había reunido la
comunidad en pleno, empero, minutos después salieron los dueños de casa
atónitos, pues no podían explicar cómo, una vez más, había desaparecido la
imagen del interior de la casa.
Comprendiendo que la volverían a encontrar, se trasladaron
hasta la meseta del árbol de molle. Allí, en el solitario paraje se encontraba
la imagen de la Virgen; con humildad, le rindieron pleitesía, lentamente se
fueron encendiendo antorchas y hogueras para acompañarla durante la noche. Los
astros parecían alumbrar más, la tertulia y las horas se hicieron más apacibles
que nunca, de esta manera una extraña paz se apoderó de sus mentes y corazones.
Al amanecer, los hombres labraban la tierra, las mujeres
trasladaban agua y los niños se encargaban de proveer de pasto para la
fabricación de adobes, mientras otros aportaban palos, cañas y tejas. Un
colmenar de gente estaba construyendo la primera Capilla de la Sagrada Imagen
de la Virgen de Chaguaya.
Durante tres días y tres noches los vecinos trabajaron y la
acompañaron, así vieron que la Virgen no desaparecía más y por el contrario les
ofrecía su dulcísima sonrisa. De esta manera, optaron por construir sus casas
en la zona y trasladarse con sus enseres domésticos.
Los tiempos mejoraron
El escritor tarijeño relata que no pasó mucho tiempo para
que las cosas mejoraran. Los milagros de la Virgen de Chaguaya llamaron la
atención de otras personas, la Santa Aparición fue conocida de inmediato en
Tarija y otros lugares, pues los testimonios de agradecimiento son numerosos entre los devotos que la
visitan todos los años.
Desde ese entonces, la peregrinación a Chaguaya se ha
convertido en una de las prácticas religiosas de la tradición católica, que
congrega a una gran cantidad de gente en el mes de agosto.
Destacado.- Como iluminados por un rayo divino, los esposos
se postraron de rodillas e inclinando el cuerpo, besaron el árido suelo,
exclamando: ¡Virgencita mía! ¡Bendito sea Dios!
/El País
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