Cuando volvieron los estudiantes, un ruido ensordecedor desgarró el
extremo intolerable de los confinamientos, la causa era tan sencilla como
prodigiosa: llevando un niño en cada mano y cuidando de no armar tumulto, las
profesoras de primaria se dirigían a sus aulas nuevamente.
Aún 10 minutos después el profesor Juan Carlos Zubieta no había
terminado de digerir la emoción de volver a ver las aulas llenas, su
consternación no era para menos, porque un colegio sin estudiantes era como un
cuerpo sin alma. Tal como él lo presentía, sus cavilaciones no duraron mucho,
pues en cuestión de instantes y con la fuerza de un toro entraron al salón sus
alumnos de quinto de secundaria.
El profesor Zubieta, inspirado en un domingo de cuarentena en el cual
tuvo la oportunidad de conocer los dimes y diretes de las redes sociales y del
mundo digital de la mano de su nieta Aurora, había preparado para su clase de
retorno un tema por demás interesante:
—¿Sabían que Sócrates es considerado el padre de la filosofía política y
de la ética? —preguntó Juan Carlos Zubieta tras la bienvenida de rigor.
Los estudiantes, reorganizados, con distanciamiento y aún con barbijos,
trataron inútilmente de descifrar el profundo significado de la pregunta. El
estremecimiento de lo presencial no se comparaba con la despreocupación de lo
virtual.
—Sócrates no dejó ningún escrito, aunque su pensamiento inspiró a
muchos, entre otros, a nombres tan conocidos como Platón o Aristóteles. Fue él
quien afirmó “sólo sé que nada sé”, y fue él quien murió a los 70 años
envenenado por la cicuta siendo fiel a sus principios. Sócrates creía, entre
muchas otras cosas, que cada individuo debería tener sus propias ideas, por lo
que no escribió libros.
En el sopor de la clase, entre un mar de ojos insomnes y pensativos,
llamó la atención la pregunta que planteó el profesor Zubieta: “¿Ustedes creen
que Sócrates hubiese sido un buen influencer?”.
Los cabellos largos y descuidados que había dejado la pandemia no fueron
útiles a la hora de comprender la interrogante del profesor.
—Sócrates, de haberlo querido, hubiese sido un influencer excelente
porque su pensamiento promovía la virtud y enaltecía el conocimiento, cosa muy
distinta a los objetivos que se promueven actualmente en las redes sociales,
donde vemos que el hoy considerado influyente es alguien que en el mejor de los
casos tiene alguna que otra habilidad, normalmente chicos bonitos que hacen
cosas tontas o bailan, a veces extravagantes que plantean retos peligrosos y
tontos o sencillamente sujetos divertidos, incluso hay quien a costa de fama se
convierte en un escote y deja de ser persona.
Los estudiantes no se alarmaron, pero sus ojos, que no dejaban de mirar
al profesor, parecieron no captar el mensaje. Estuvieron así hasta que esa
cáscara dura de entendimiento se rompió con el timbre del recreo. En casi
veinte años de experiencia docente, el profesor sabía que ese sonido representaba
la desconexión total con la academia, y así fue también en esa ocasión.
El profesor Zubieta se quedó mirando el patio engullido por la voracidad
del ímpetu juvenil, vio a los más alegres, a los más reservados, a los que
tendrán un futuro ideal y a los que fracasarán en el intento, y en todos vio
algo en común: todos tenían el rostro pegado a una pantalla.
Juan Carlos Zubieta no cesaría nunca en su empeño inútil por tratar de
que sus estudiantes sean más que un par de ojos frente a un celular, pero
estaba perfectamente consciente de que el mundo se encaminaba a una vida vacía,
a una existencia carente de exigencias donde un banano adherido a una pared es
arte y donde el mediocre es el que reina. “Tristemente, esta es la época en la
que Homero es un sujeto amarillo y barrigón y no el autor de La Iliada y La
Odisea, vivimos el tiempo en que muchos prefieren leer a Coelho y desdeñan
a Cervantes, en el que los superhéroes han desplazado al buen cine y en el que
la música habla más de sexo que de amor”, pensó.
El autor es escritor, ronniepierola.blogspot.com.
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