Estoy bastante seguro de que en marzo de 2020, cuando acababa de
ordenarse el cierre de fronteras, con una severa limitación de movimientos y
actividades, al mismo tiempo que empezaban a presentarse, a gotas, los primeros
casos, no podíamos siquiera figurarnos que un año después la situación de
alarma e incertidumbre se extendería sin cambios decisivos y ante nuestros ojos
continuaría desplegándose un horizonte preñado de incógnitas sin respuesta.
Cuando finalizaba el pasado invierno y los políticos profesionales
disputaban con ánimos de guerra la fecha de elecciones, había empezado a
imponerse en el mundo la noción de que el aterrizaje de vacunas –elaboradas en
plazos inauditos, bajo el estímulo de milmillonarias inversiones y las más
ardorosas presiones políticas– inauguraría la época en que se despejaría el
panorama y la enfermedad empezaría a quedar apenas como un mal y vago recuerdo.
Pero, ocurre que ahora, cuando tenemos no una sino varias vacunas, y la
perspectiva de muchas otras más, las posibilidades ciertas de ganar batallas
decisivas a la enfermedad provocada por el nuevo coronavirus, continúan
mostrándose esquivas y difusas.
La pandemia ha disuelto, de la más extraña manera, algunas diferencias
clásicas entre países “avanzados” y “rezagados” porque, así sea
transitoriamente, los ritmos de sus olas, picos y valles resultan, de tan
caprichosos, inextricables, de modo que todos los supuestos referidos a las
bondades e intrínseca superioridad de los sistemas sanitarios fuertes y
ordenados no parecen impedir que se presenten crisis idénticas a los de
sistemas paupérrimos y anárquicos.
En medio de tal confusión, aquí suponemos que estamos atravesando la
transición entre la segunda y la tercera ola, mientas al norte del planeta hay
países que estarían ingresando a una cuarta ola, a pesar del avance de las
vacunaciones. Como quiera que sea, finalmente empezamos a estar conscientes de
que nuestras cifras oficiales sobre infecciones y muertes reflejan, con suerte,
un tercio, si es que no un quinto, de lo que verdaderamente está ocurriendo.
Lo que pasa con la epidemiología se aplica a cualquier otro campo que se
relacione con el virus, ya que, en el tiempo transcurrido, toda la ciencia y
tecnología disponibles poco han avanzado en conocerlo mejor.
Si al principio, pensábamos que se comportaría como agente de
infecciones respiratorias, hoy se acerca al centenar el número de manifestaciones
que se le atribuyen, casi en todos los órganos y sistemas, al mismo tiempo que
ignoramos casi todo sobre nuestra respuesta inmunológica y el tiempo que
verdaderamente pueden protegernos las vacunas, mientras se revelan inesperadas
variedades de larga o indefinida duración.
Con tantas interrogantes y ante el inmenso y casi universal atraso de
las inmunizaciones, para no hablar de la multiplicación de problemas
económicos, hace un año habría sido casi imposible adivinar que los políticos
estarían hoy consumiendo su tiempo y nuestra paciencia y energías, discutiendo
sobre la importancia de volver a legalizar el uso de dinamita en
manifestaciones pacíficas, el incremento de los presupuestos de propaganda o
las justificaciones para explicar las sonadas y rotundas derrotas electorales,
conducidas y forjadas por el jefe de campaña y amo de la única formación
política, con apariencia de partido, que existe en nuestro país.
No son menos desoladoras las propuestas, debates y planes estatales y
empresariales, para una recuperación económica, siempre basada en el esquema de
“ordeño” de recursos hidrocarburíferos, minerales y de tráfico de tierras.
El esforzado exvicepresidente, el de más largo y poderoso mandato,
quiere convencer de que saldremos adelante aplicando nuevos o viejos impuestos,
al mismo tiempo que su endiosado jefe supone que un crecimiento del PIB del 4%
es idéntico a cualquier otro, aunque el año previo el retroceso haya rozado el
10%.
Tanta acumulación de ignorancia, real o pretendida, sumada a la genuina
codicia de poder, dejan claro que el reencuentro y la conciliación que
requerimos para enfrentar a los que se están convirtiendo rápidamente en los
mayores desafíos de nuestra historia, están librados a la iniciativa y
capacidad social y, de ninguna manera, a la dinámica de jefes, caudillos y
organizaciones políticas –sea que tengan apariencia partidista, sindical o
corporativa– porque están completamente ensimismadas en el abismo de sus más
mezquinos intereses.
El autor es director e investigador del Instituto Alternativo.
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