Uno. El MAS ha sido derrotado
en seis de nueve gobernaciones y en ocho de las 10 alcaldías más importantes
del país, pero habría salido victorioso en 237 municipios, en dos ciudades
capitales y en tres gobernaciones. El 70% del territorio nacional será
gobernado por el MAS, pero un porcentaje mayor de la población se inclinó por
gobernantes subnacionales contrarios o distintos al Gobierno. Se ha ratificado
la distancia de los electores de las grandes ciudades respecto del MAS, pero
también la presencia hegemónica de éste en casi toda el área rural y
provincial. Varios y distintos liderazgos urbanos han sido consagrados frente a
los candidatos del oficialismo, pero la oposición al MAS es casi inexistente en
la enormidad espacial de lo rural. El MAS es nuevamente el partido de gobierno
y el único con presencia nacional; la oposición política, que disputó las
elecciones nacionales en 2020, se ha reducido a dos bancadas parlamentarias y
está casi ausente, como opción política, en el conjunto del país.
Dos. Bolivia está sufriendo una
tercera ola de pandemia, la recesión económica no está siendo superada y se ha
reinstalado la confrontación política con el “renovado” autoritarismo del
Gobierno. No hay señales exitosas en la gestión gubernamental en el corto
plazo. La nueva escalada de contagios y muertes no tiene como contraparte ni
vacunas ni infraestructura sanitaria suficientes. Las proyectadas cifras de
crecimiento económico no se están sintiendo en la vida cotidiana; a solo cinco
meses ha reemergido la corrupción con el tráfico de tierras, y la persecución
judicial ha desfondado la pacificación y concertación mínimas. Tampoco el
mediano plazo arroja claridad ni perspectiva. El Gobierno se instaló con el
discursito de “restablecer el proceso de cambio”, pero no hay ninguna señal de
ese restablecimiento en ninguna agenda gubernamental en el futuro próximo.
Tres. La oposición o las
visiones distintas al MAS tampoco han trascendido las urgencias del momento. En
varias alcaldías importantes han retornado antiguos líderes sin ningún signo de
renovación; han sido encumbradas personalidades solo por el impulso ciudadano
antimasista, o han emergido disidencias solo contrarias al caudillismo y la
imposición. Difícil augurar proyección nacional a esos liderazgos, sabiendo que
tienen por delante el desafío principal, y único al principio, de gestionar
bien alcaldías y gobernaciones con crisis heredadas muy cercanas a la quiebra y
la dramática demanda sanitaria y económica. Todo ello con un gobierno
centralista y sectario que, además, está dejando para las calendas el censo
nacional y el pacto fiscal.
Cuatro. Parece que se hubieran
olvidado, tanto opositores como oficialistas, que la enorme complejidad que hoy
sufre el país tiene su origen en el agotamiento de un ciclo estatal inaugurado
hace 15 años, con la esperanza nacional mayoritaria, y que develó sus fisuras y
fracturas cuando también la mayoría de los bolivianos se opuso a la continuidad
de Morales y García, identificados, hace un lustro, como responsables del
autoritarismo, la corrupción y el extractivismo que vaciaron los contenidos de
esa larga acumulación de los 20 años anteriores. Fue ese agotamiento el que
estuvo a la base de la sublevación ciudadana de 2019, cuando el desconocimiento
del 21F, fue desbordado ya con la fractura de la Constitución y el fraude.
Cinco. El MAS, montado en el
desprestigio total del Gobierno transitorio, supuso que su “proceso de cambio”
estaba intacto y que su victoria electoral de 2020 abría automáticamente su
continuidad solo interrumpida por los “golpistas”. Parece que, hasta hoy, los
masistas no han mirado críticamente ni las graves desviaciones cometidas, ni su
agotamiento prematuro. Es notoria su sequía ideológica, al igual que su
infertilidad de liderazgos entrampados en estructuras excluyentes. Y los
“partidos” contrarios al MAS, luego de algunas formulaciones “programáticas” de
2019 y 2020, poco difundidas y nunca asumidas, jamás plantearon la continuidad
de un debate político que alumbre el presente y el futuro, preocupándose solo
de lograr espacios en gobernaciones y alcaldías, para ahora rasgarse las
vestiduras frente al atropello del masismo “antigolpista”. Creemos apenas
representa el recambio político de las élites conservadoras del oriente, y
Comunidad Ciudadana, que ha perdido conciencia del hueso de la crisis, no da
señal de opción alguna, con el riesgo de quedarse vegetando en los curules.
Ha terminado la transición
electoral, pero continúa pendiente la transición hacia nuevas formas estatales.
El MAS ha renunciado a su refundación, pero una oposición decantada no puede
renunciar a la construcción alternativa.
El
autor es político y abogado
No hay comentarios.: