AFP
Personal de salud lamenta la falta de material en su centro.
En los últimos días hay "más mascarillas", pero "lo que más
necesitamos son respiradores. Se podrían salvar muchísimas más vidas si hubiese
respiradores", advierten.
Se llaman Sara, Regina, Sonia e Irene y son parte del
personal sanitario que está en la primera línea de la lucha contra la pandemia
del nuevo coronavirus, que ha desbordado numerosos hospitales de España.
"El hospital entero es coronavirus"
Sara Chinchilla es pediatra, tiene 32 años y trabaja en
Móstoles, cerca de Madrid. La afluencia de pacientes en su hospital es tal que
tienen que privilegiar el ingreso en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de
quienes tienen más posibilidades de sobrevivir, es decir los más jóvenes y sin
patologías previas.
"¿Tengo cinco pacientes para elegir y una sola cama?
Tengo que elegir. Se está muriendo gente que se podría salvar, pero que no
puede entrar en UCI", explica.
Sara lamenta la falta de material en su centro. En los
últimos días hay "más mascarillas", pero "lo que más necesitamos
son respiradores. Se podrían salvar muchísimas más vidas si hubiese
respiradores".
El personal está al límite porque muchos profesionales se
han contagiado -"cada día están cayendo más"-, y el hospital se ha
reorganizado para acoger a tanto paciente de coronavirus: "no hay planta
de ginecología, de pediatría o de traumatología; ahora mismo todo el hospital
es Covid-19".
"Cada vez hay más pacientes y menos médicos, es una
situación límite", insiste. En España, miles de sanitarios han resultado
infectados, según las autoridades, y al menos tres han fallecido de Covid-19.
Una soledad "inmensa"
Regina Dalmau, 48 años, es cardióloga en el hospital
madrileño de La Paz, y desde hace semanas atiende a pacientes del nuevo
coronavirus.
"Cuando te vas del hospital, te vas más triste. Están
solos (los pacientes), cuando se mueren, se mueren solos, cuando llegas a casa
lo tienes que digerir, tienes que llorar. Esto no lo hubiera imaginado
nadie".
Dice Regina que ve "situaciones muy dramáticas",
como la de esos pacientes agónicos, cuya despedida será de una brevedad cruel.
"Llamas para que venga un familiar a despedirse",
bajo la condición de no tener síntomas ni haber convivido con el paciente en
los últimos cinco días. "Puede estar diez minutos, pero no puede
acercarse" a su ser querido. "La soledad es bilateral y es inmensa".
Define la situación como una "guerra total", y
cree que "lo peor" está por llegar, pues aún se está viendo "la
consecuencia del contagio de hace dos o tres semanas".
Sostiene que desde las autoridades "se ha gestionado
fatal" la crisis, ya que antes del confinamiento dictado el 14 de marzo,
se permitieron partidos de fútbol, la feria de arte ARCO en Madrid y la
manifestación del 8 de Marzo, con cientos de miles de participantes en todo el
país.
"Es el virus de la ceguera selectiva", remacha.
"Una mascarilla no es eterna"
Sonia Pacho, enfermera de 48 años, trabaja en el hospital de
Galdácano, cerca de Bilbao, donde trabajaba la primera sanitaria fallecida de
coronavirus en España, una enfermera de 52. "Fue un mazazo, sientes mucha
impotencia".
Atiende a domicilio a pacientes con síntomas leves en una
amplia demarcación -"a veces me hago ciento y pico de kilómetros"
para ver a uno-, y explica haber efectuado tests a personas de todas las
edades, utilizando en cada ocasión un kit entero de protección (guantes, bata,
gorro, mascarilla, gafas, calzas para los pies) que luego toca quitarse
escrupulosamente.
Insiste en que cuesta conseguir material de protección, y
que la falta del mismo "te limita muchísimo".
"Hay compañeros que están reutilizando la mascarilla
hasta la eternidad". Sin embargo, recuerda, "una mascarilla no es
eterna".
En el hospital "se mastica el ambiente tenso",
aunque hay "mucha disposición" y solidaridad entre los colegas para
relevarse, cambiar turnos o hacer días extra. "Si me llamaran de una
planta que necesitara gente, seguro que iría".
De baja por contagio y "fastidiada"
Irene Sanz, pediatra en un hospital de Valladolid, lleva de
baja en casa con sus dos hijos pequeños desde que diera positivo por
coronavirus el 13 de marzo.
"Tuve 39 grados de fiebre varios días, en total 10 días
enteros de fiebre, con mucho dolor muscular, cansancio y algo de tos. He estado
fastidiada".
Ahora está mejor y la semana próxima espera dar negativo en
una nueva prueba. "Tengo ganas de volver a trabajar, porque con todo el
personal que se está contagiando, cada vez están más justos de recursos
humanos. Pero también tengo miedo a partes iguales de lo que me voy a
encontrar", añade esta médica de 35 años.
En su centro la movilización no ha llegado aún al nivel
extremo de otros hospitales del país, pero "en función de cómo vaya la
situación, hay activados varios planes de contingencia", que obligarán a
profesionales de distintas especialidades a atender a adultos aquejados de
coronavirus.
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